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La reivindicación de Hernán Cortés, a 500 años de su llegada a México

Desde su pequeño sepulcro en el Hospital de Jesús en la Ciudad de México, Hernán Cortés nos mira, tal vez asombrado por la forma en que ha cambiado este territorio que él conquistó hace casi cinco siglos. Los lagos ya no están, ya no somos parte del Imperio Español, ahora somos una república y muchos mexicanos sólo recuerdan la Conquista como el peor acontecimiento que hemos sufrido.

Él tampoco ha tenido una vida fácil -después de muerto, quiero decir. Falleció en 1547 en España y regresó a México convertido en huesos 20 años después para que lo colocaran en una iglesia de Texcoco. Seis décadas más tarde lo llevaron al Convento de San Francisco -allí donde hoy está la Torre Latinoamericana- y en 1794 lo pusieron donde ahora reside.

Pero tampoco allí terminaron sus aventuras. En 1823 tuvieron que esconder sus huesos para evitar que una turba los usara como balón en el primer partido de futbol no oficial de nuestra historia. Trece años más tarde lo colocaron en el nicho que ahora ocupa. Sólo lo molestaron una vez más en 1946 para añadir a su tumba una sencilla placa en la que únicamente aparecen su nombre y sus fechas de nacimiento y muerte.

El próximo 8 de noviembre se cumplirán 500 años del encuentro entre Hernán Cortés y el emperador Moctezuma en donde hoy está la calle 20 de noviembre, en el Centro de la Ciudad de México.

Durante años, a Cortés lo han llamado “maldito gachupín”, “violador de nuestra raza”, “destructor de civilizaciones” y otras linduras más. Hace unos días la senadora y actriz Jesusa Rodríguez aseguró que comer tacos de carnitas era una forma de festejar la caída de la gran Tenochtitlán.

Es innegable que la Conquista fue profundamente violenta, como lo son todas las guerras. Pero en nuestro tiempo se ha fortalecido un discurso seudoindigenista que quiere destruir el recuerdo de la Nueva España y de su creador, como si esos 300 años no fueran importantes para la historia de México. “La historia se supera al narrar lo que sucedió”, decía la filósofa Hannah Arendt, y si nuestro país alguna vez quiere tener un buen futuro debe comenzar por revisar su pasado sin prejuicios. En ese recuerdo es imprescindible Hernán Cortés.


Hernán Cortes y Doña Marina, 1537.

El futuro marqués del Valle de Oaxaca era un hombre acostumbrado a manejarse de acuerdo con sus propias reglas. Abandonó España a los 19 años para buscar fortuna en América. En Cuba se enteró de que en el oeste había un reino fantástico y en febrero de 1519 comenzó su expedición, desobedeciendo las órdenes del gobernador de la isla. Se encontró un territorio lleno de seres con ropas, lenguajes y costumbres incomprensibles, como los de las novelas de caballería. Cortés entendió pronto las rencillas políticas de estas tierras y supo de la existencia de esa ciudad fabulosa llamada Tenochtitlán.

Cortés aceptó la ayuda de una mujer, Marina, para que le sirviera de traductora, aunque le decían que ella traía la mala suerte; fundó en Veracruz el primer ayuntamiento de México para responder por sus actos sólo ante el rey de España, hundió sus barcos para que sus hombres no pudieran abandonarlo, viajó hacia Tenochtitlán a pesar de que los embajadores de Moctezuma le daban regalos para que se fuera y masacró a los habitantes de Cholula para que ellos no lo mataran.

Ya en Tenochtitlán, Cortés apresó a Moctezuma para impedir que los mexicas lo atacaran, regresó a Veracruz para derrotar a otro conquistador español (Pánfilo de Narváez), quien llegó con la misión de aprehenderlo. Volvió apresuradamente a la capital del imperio azteca para salvar a sus hombres -quienes habían cometido una matanza buscando oro-, huyó con ellos y se salvó por un pelo de que los mexicas lo sacrificaran.

Mandó construir una decena de pequeños barcos para atacar Tenochtitlán por el lago, logró destruirla ayudado por sus aliados indígenas -y por la viruela, una enfermedad en ese entonces desconocida en América-, permitió que sus hombres torturaran a Cuauhtémoc para averiguar dónde había quedado el tesoro de Moctezuma y al final los convenció de que “las verdaderas riquezas estaban más adelante”.

Fue muy fiero con los habitantes de lo que hoy llamamos Michoacán. Dirigió una expedición a Centroamérica que terminó en un fracaso a pesar de que los indígenas se lo advirtieron, mandó ahorcar al último emperador mexica, Cuauhtémoc -quien lo acompañó en ese viaje- porque creyó que lo iba a traicionar, y en cambio tuvo que enfrentarse a varios antiguos aliados suyos que aprovecharon su ausencia en la Ciudad de México para enriquecerse a sus costillas.

Fue nombrado capitán general de Nueva España en 1523, pero tres años más tarde le quitaron el cargo y en 1527 lo expulsaron de la Ciudad de México. En 1529 obtuvo el título de marqués del Valle de Oaxaca, pero jamás volvió a gobernar en estas tierras. Intentó realizar una expedición al sur de Asia que fracasó, construyó un astillero en Tehuantepec y estableció una empresa para vender mercancías entre Perú y Nueva España.

En 1539 el virrey Antonio de Mendoza le quitó el astillero, por lo que viajó a España a defender sus propiedades, pero la burocracia le hizo la vida imposible y le prohibió regresar a México. Los pleitos legales lo llenaron de deudas y murió empobrecido en 1547.

Luego de su muerte su imagen creció, pero siempre fue criticado. Para unos era el verdadero padre de la nación mexicana, puesto que gracias a él este territorio se unió a Occidente, desarrolló su economía y pudo conocer la verdadera religión. Para otros fue un asesino y ladrón que destruyó culturas milenarias y sumió en la esclavitud a los habitantes originales de este territorio para lograr sus objetivos.

Es imposible negar lo malo que hizo Cortés, pero también hay que entenderlo, a él y a su tiempo, en el que la búsqueda de riqueza y la evangelización eran dos motivos perfectamente válidos. No sé si se merece una misa por su alma cada año o un monumento en la Ciudad de México, pero condenarlo al infierno del olvido tampoco es una alternativa.

Somos producto de un mestizaje, eso quiere decir que en nuestra historia están los hombres que vinieron con Cortés, los indígenas que lo ayudaron, Moctezuma, los mexicas y el resto de las culturas prehispánicas, así como nuestras raíces africanas y asiáticas. Las víctimas y los victimarios de ambas partes están dentro de nosotros y se mezclaron para formar lo que somos hoy. ¿Podemos alabar a una parte y despreciar a la otra?

A 500 años del encuentro entre Cortés y Moctezuma, México necesita conocer su pasado. Sólo una visión clara de su historia le permitirá comprender su presente. Estamos acostumbrados a insultar a los conquistadores españoles y también despreciamos hasta el día de hoy a los indígenas. Sin esos dos ancestros nuestro país no existiría. Mientras tanto, Hernán Cortés sigue en su nicho en el Hospital de Jesús esperando el momento en que México quiera escuchar su versión de la historia, que también es nuestra.

Con información de El Financiero.

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