Felipe Morales
La muerte no distingue, el ruedo de la Plaza El Paseo ha sido democrático escenario de homenajes y honras fúnebres tanto para figuras del toreo como para quienes aún sin esta etiqueta simplemente no existiría la Fiesta Brava, picadores, monosabios, los “humildes de la Fiesta”.
Leobardo Hernández el octogenario monosabio que dedicó su vida la tauromaquia cumplió con su misión en esta vida y como parte de las exequias en su honor fue llevado al lugar donde trabajó, al sitio donde aportó su esfuerzo y su afición al arte de lidiar redes bravas en una corrida, una novillada o un festival.
En vida había recibido un homenaje, la entrega de un reconocimiento en el centro del ruedo, en los medios de la plaza; fue en el marco de una corrida tras su recuperación luego de una cornada que recibió mientras con sus compañeros entorilaba un encierro en los corrales de la plaza.
Minado en su salud obviamente se retiró de la actividad consistente en entorilar, arrear al caballo de pica, pintar los círculos concéntricos, limpiar la arena etc.
Su característico vestuario los distingue, la camisa roja, el pantalón blanco, la faja amarilla; cuenta la leyenda que un empresario acudió a un circo y en el espectáculo había un número protagonizado por unos chimpancés así vestidos, “Los Monos Sabios”, de esa forma decidió vestir a los trabajadores de su plaza, los ahora monosabios.
La família, amigos, compañeros ataviados a la usanza del oficio y algunos aficionados brindaron el último homenaje a Don Leobardo en los medios de la Plaza plaza con una ovación y un grito de “¡torero!” ahogado por un nudo en la garganta.