El género parece estar viviendo una segunda época dorada la gran pantalla en lo que va de década, gracias a títulos reconocidos como La llegada (2017), Interstellar (2014), Gravity (2013), series como Black Mirror (2011-) o la crípica pero muy comentada Aniquilación (2018). Toda una tendencia que arrancó con títulos valorados seguramente más años después de su estreno -ese es el caso de la hoy valorada Hijos de los Hombres (2006)- la recuperación con luces y sombras de clásicos como la saga Alien o la vuelta al género como director de Steven Spielgerg con Ready Player One (2018).
La ciencia-ficción, en definitiva, está de moda, en parte gracias a novelas que como exploramos en este artículo han inspirado muchos de lo que hoy vemos en el cine. Sin embargo trazar el germen de la ciencia-ficción escrita siempre ha sido una cuestión difusa que depende de su propia definición.
Isaac Asimov, referente donde los haya, la definió como “la rama de la literatura que trata sobre la reacción de los seres humanos a los cambios en la ciencia y la tecnología”. Por su parte, Hugo Gernsback, escritor que daría nombre a los actuales premios Hugo y quien acuñó el término de science-fiction en 1926 en su revista Amazing Stories, daba la siguiente descripción, recogiendo ya el terreno que habían recorrido precursores como Verne o Wells:
Por “scientifiction” me refiero al tipo de historia de que iniciaron Julio Verne, HG Wells y Edgar Allan Poe, un encantador relato romántico entremezclado con un hecho científico y una visión profética […] No solo hacen de estas increíbles historias una lectura tremendamente interesante, sino que siempre son instructivas. Las nuevas aventuras que se nos presentan en la “scientifiction” de hoy no son en absoluto imposibles de materializar mañana [… ] Muchas grandes historias científicas destinadas a ser de interés histórico aún están por escribir … La posteridad señalará que han marcado un nuevo camino, no solo en literatura de ficción, sino también en el progreso.
Tanto Gernsback, que después cambiaría el término ‘scientifiction’ por ‘science-fiction’ tras vender una revista que llevaba este nombre y sus derechos, como Asimov, parten de que este género debe tener un disparador tecnológico o científico plausible. Quedan así a un lado las historias de fantasía que aunque se desarrollen en entornos futuristas o espaciales -como Star Wars- no prestan atención a estas cuestiones. En pocas palabras, la línea entre fantasía y ciencia ficción siempre ha sido delgada, dividida a su vez entre los que defiende una science-fiction hard (dura), que detalla y sienta elementos científicos posibles, y la blanda, que los toma con más ligereza.
Sin embargo en la historia de la literatura y de los propios relatos orales también hay opiniones que creen que existe una semilla mucho más anterior, y que incluso la ciencia-ficción nació con el comienzo mismo de los primeros cuentos y leyendas. Estos son los precedentes que marcaron las primeras etapas del género y los escritores que escribieron antes de nadie de temáticas relacionadas con la ciencia-ficción, seguramente sin saberlo.
Un viaje a la Luna… contado en el Siglo II
John Clute, creador de la Enciclopedia de la Ciencia-Ficción, apunta el término proto ciencia-ficción para todos aquellos relatos antiguos que sentaron las bases. En este rastreo aparece Historia Vera, del escritor sirio de tradición griega Luciano de Samósata. Una historia escrita sobre el año 150 después de Cristo que narra las aventuras de un grupo de navegantes que tras sobrepasar las columnas de Heracles, el punto donde se acababa la Tierra según la cosmogonía helénica, son arrastrados por una tormenta hasta la Luna. En el satélite conocerán a un grupo de selenitas envueltos en una guerra interplanetaria contra El Rey del Sol, y todo ello, como decimos, hace más de 1.800 años.
El argumento de Historia Vera partía más de una vocación por criticar los relatos irreales de las historias Homéricas que por una vocación de explorar la exploración espacial, lógicamente, pero eso no quita que parezca un relato sacado de una novela pulp.
Cuentos como los de la Mil y una noches o el relato japonés de El cortador de Bambú también se han visto por sus ligazones con viajes al espacio cercano como parte de esta proto ciencia-ficción definida por Clute. Después de ellos, hace falta hacer un viaje hasta el siglo XVI para encontrar el siguiente campamento base que fijaría los cimientos del género.
En este siglo aparecen iniciado por Tomas Moro y su Utopía (1516) viajes a países y mundos idílicos, dando entrada también a las primeras visiones de posibles futuros idílicos pero también distópicos. Relatos como La Nueva Atlántida (1626) de Francis Bacon, que describe un mundo donde la ciencia de la época es el eje, es otro ejemplo. Pero no sería hasta el siglo posterior, con la llegada de la Ilustración y la revolución científica y la razón como ejes del pensamiento cuando se abrirían nuevas puertas.
Aquí aparece Somnium (1634) una novela de Johannes Kepler -sí, el astrónomo que fijó las bases de los movimientos de los planetas en torno al Sol- que contaba el viaje a la Luna de un observador que la describe. Aunque sus visiones del satélite se hacían con vocación científica, su ‘teletransportación’ a la Tierra se produce por la intervención de unos espíritus divinos. Y es que aún faltaría un poco para que fuera un cohete o un artilugio tecnológico el que fuera el disparador de la trama. Pese a esto, voces tan autorizadas como Carl Sagan situaron la obra de Kepler como la primera trama de ciencia-ficción de la historia bajo su punto de vista.
En 1657, Cyrano de Bergerac también describe en primera persona el viaje de su personaje al Sol en el relato El Otro Mundo, mientras que en 1666 Margaret Cavendish , la duquesa de Newcastle, publicaba El Mundo Ardiente, una historia que nos llevaba a un mundo alternativo al que se accedía por el Polo Norte. El peso de las mujeres en esta ciencia-ficción antigua no se detiene en la aristócrata inglesa. Ya en plena Ilustración, la francesa Marie-Anne Robert contaba en El nuevo Mentor otro viaje por el Sistema Solar. Todas estas historias mantenían aún sin embargo un peso muy marcado de la fantasía y los relatos incluso de tono cómico, como serían los de El Barón de Munchausen (1781), capaz de recorrer el mundo sobre una bala de cañón o volar también hasta la Luna, y que en una versión también histriónica llevó al cine Terry Gilliam (1988).
El año 2440 visto por un Ilustrado
Durante el siglo XVIII comienzan a verse los primeros relatos que intentaban imaginarse cómo sería el futuro. En 1771, Louis-Sébastien Mercier publica 2440, una novela que viaja hasta ese año tan lejano mediante sueños, representando una sociedad fascinada por la ciencia, donde a los niños se les regala desde pequeños artilugios de observación. El utopismo iniciado por Moro, seguía aquí impregnado ya por la pasión de los nuevos avances que ocupaban por primera vez un lugar principal en la mente de los aristócratas.
Pensadores de primer nivel de la época también recurrieron a lo que hoy podríamos llamar ciencia-ficción para describir sus sociedades. En Micromegas (1752) Voltaire cuenta la historia de un ser llegado de otro plantea que describe la sociedad en la Tierra, un argumento sorprendente para su siglo, pero que además contó con la casualidad de que en el relato también se describía la presencia de lunas en Marte antes de su descubrimiento.
En español también hubo ‘ciencia-ficción’ antes de Frankenstein
Todo esto sería el germen que daría lugar al Frankenstein de Mary Shelley (1818), que el curso pasado cumpliría 200 años. La historia del Moderno Prometeo es de forma consensuada la que se considera la primera historia escrita de ciencia-ficción pura. En Frankenstein la ciencia actúa punto fundamental, al conseguir por medio de la aplicación de electricidad que el monstruo cobre vida, un pensamiento -el que la electricidad podría revivir a los muertos- que tenía cierta distribución como leyenda urbana en la época debido a los experimentos con descargas en animales de Giovanni Aldini. Además, Frankenstein es un pulso en el debate moral sobre cómo el hombre, por medio de la ciencia, podría emular a Dios. Aplicación de la tecnología y elucubración sobre cuáles son sus aplicaciones límites, debate ético y moral contra lo establecido, el miedo a lo desconocido: parece mentira que una autora de solo 18 años aunara tantos referentes de lo que hoy llamamos sci-fi sin complejos.
Después llegarían las historias de Julio Verne, de H.G. Wells; las del primero de un carácter más técnico y las del segundo más soñadoras. Las primeras revistas especializadas en relatos de esta índole -entonces llamadas ‘novelas científicas’-, la primera aparición del término androide en La Eva Futura (1878), de Robot en la obra de teatro R.U.R. De Karel Capek (1921). Y por último, la acuñación del término por parte de Gernsback y el inicio de las novelas pulp.
Sin embargo en esta carrera pre ‘ciencia-ficción’ también aparecieron algunos nombres propios españoles. Tal es el caso del Viaje estático al mundo planetario (1780) de Lorenzo Hervás o Panduro y el Viaje de un filósofo a Selenópolis (1804) de Antonio Marqués y Espejo, ambos relatos de viajes espaciales. Una prueba más de que mucho antes de lo que se considera el inicio puro del género, hubo numerosos precursores.
Con información de Hipertextual.