Federico Anaya Gallardo
Querida lectora. Inicio las kino-reseñas de este año de 2023 con una producción moderna de un autor tan antiguo como Alexandre Dumás, el hijo del general mulato de la Revolución Francesa, con quien terminamos el año próximo pasado. El inglés Charles Dickens nació en 1812, diez años luego del francés. Ambos murieron en 1870. Igual que Dumás, Dickens publicaba sus novelas en folletín. La segunda de ellas es Oliver Twist or The Parish Boy’s Progress’ (“Progreso del chico de hospicio”). Apareció a partir de Febrero de 1837 y hasta Febrero de 1839 en entregas mensuales en la revista Bentley’s Miscellany, en la que nuestro autor (entonces de 25-27 años) era el director –bajo el pseudónimo de BOZ. Puedes ver parte de esa primera edición en la página de la biblioteca de la California State University (CSUN) en Northridge (Liga 1). El grabado que te agrego es un acto de publicidad. Nos muestra al joven Dickens depositando una de las entregas de la novela en el buzón del editor de la revista. Mentirijilla: él era el editor.
Si Dumás fue discriminado por ser nieto de una esclava africana, Dickens vivió la precariedad de las nuevas clases urbanas en la revolución industrial. Hijo de un burócrata marginal, cuando tenía doce años vio a su padre (John) caer en prisión por deudas, una terrible costumbre de antes de que los derechos humanos declarasen que “nadie puede ser aprisionado por deudas de carácter puramente civil” (nuestro Artículo 17 Constitucional, último párrafo). La familia de John Dickens le acompañó a la prisión. Otra aún más extraña costumbre: secciones enteras de las ciudades se adaptaban para que viviesen allí las familias encarceladas –como guetos. Todos fueron con el padre, excepto el adolescente Charles. Como este ya tenía edad para trabajar, se le internó en una casa para pobres (hospicio) que lo “alquilaba” como trabajador en la Warren’s Boot-blacking Factory, una fábrica de betún para calzado.
Las casas para pobres británicas eran llamadas workhouses porque funcionaban como los Repartimientos de Indios en el México colonial. Las personas que no podían sostenerse a sí mismas eran confinadas allí, quedando a cargo de los administradores. Estos colocaban a las y los internos en negocios ó talleres que necesitaban mano de obra barata. De los escasos salarios que ganaba el Charles poniendo etiquetas y cordones a las latas de betún Warren, se pagaba su manutención en la workhouse y un apoyo a su familia en prisión. El muchacho debe haber pasado allí entre uno y dos años. Allí conoció a un chico llamado Bob Fagin –quien fue quien le enseñó a atar los cordones en las latas. La imagen de Bob serviría para retratar a Oliver Twist. Su apellido, para nombrar al anciano explotador de niños que recibió a Oliver en Londres. (Liga 2.)
Estas historias personales no fueron dadas a conocer en vida del novelista, pues la experiencia en una workhouse era considerada infamante. (Tiene lógica, pues el estatus de los internos era muy parecido al de los esclavos: eran indentured servants.) Dickens confió estos recuerdos a un amigo suyo, abogado-periodista, llamado John Forster (1812-1872) quien los incluyó en la biografía que publicó poco después de muerto el novelista. A fines del siglo XIX, las ideas de reforma social que Dickens y Forster habían defendido en la prensa por décadas ya habían calado lo suficiente entre los británicos como para que estos considerasen la experiencia de semi-esclavitud del joven Dickens como heroica y no como infame.
De acuerdo con la primera versión del Oliver Twist de Dickens (en Bentley’s Miscellany de 1 de Febrero de 1837) el niño-héroe de la novela nació en un pueblito llamado Mudfog (Lodoniebla, el nombre desaparece en posteriores ediciones), asentamiento “que presumía de tener una antigua institución, común a la mayor parte de las poblaciones, grandes y pequeñas, una workhouse. En ella nació, en un día y tiempo que no me preocupa de repetir … el cosa mortal (item of mortality) cuyo nombre encabeza este capítulo”.
Aquí la prosa de Dickens repite un truco de lo que yo llamo “cinismo progresista” británico. En 1729 –poco más de un siglo antes de Oliver Twist– Jonathan Swift (el de Gulliver) había escrito un ensayito titulado A Modest Proposal en el que enfrentaba con “mucha seriedad” el problema de la sobrepoblación irlandesa, y presentaba la idea de comerse a los bebés irlandeses sobrantes. Con el lenguaje frío y racional de la entonces naciente “ciencia”, Swift causaba escándalo mostrando lo inhumano de la modernidad –y obligando a sus lectoras a ver a los irlandeses como sus iguales (humanos). Igual que Swift, Dickens aparenta no tener sentimientos y llama al recién nacido Oliver cosa mortal. (Algunas traducciones al Castellano sólo dicen “mortal” pero eso no refleja la “cosificación” implícita en item of mortality. Para una versión en nuestro idioma, Liga 3.)
En apenas 16 párrafos, ese Dickens “frío” nos muestra a una mujer en situación de calle que llega a parir en un hospicio rural, lejos de Londres. Ella muere instantes después de ver a su recién nacido, dejando a la criatura en manos de una institución cuyo objeto material es repartir mano de obra barata. Si las tragedias de Shakespeare terminan en degolladeros, en Dickens la matanza abre la obra. En ese instante, párrafo diecisiete, el novelista-activista social se descubre dicéndonos:
“¡El pequeño Oliver nos da excelente ejemplo del poder del vestido! Envuelto en la sábana que hasta ese instante fuera su única cubierta, lo mismo podía ser hijo de un noble que de un mendigo. El observador más experimentado no hubiera podido señalarle rango en la sociedad. Pero apenas le vistieron con una tela de algodón burdo, amarillenta y deshilachada a fuerza de años de servicio, entonces Oliver quedó marcado y etiquetado, cayendo en su lugar social de inmediato: un expósito, un niño de hospicio, un huérfano de repartimiento. Ya era el humilde, mísero paria condenado a sufrir golpes y malos tratos, a vivir despreciado por todo el mundo y que no merece la compasión de nadie.”
Roman Polanski (n.1933) abordó esta novela dickensiana en 2005. Se trata de un controvertido director franco-polaco. (Contra Polanski existen cinco acusaciones por violencia de género –en las que al menos dos de las víctimas eran menores de edad al momento de los hechos. Desde hace décadas vive en Europa prófugo de la justicia estadounidense.)
Te muestro, lectora, un still del Oliver de Polanski, interpretado por Barney Clark (n. 1993) cuando el huérfano decide escapar del último empleo adonde lo alquiló la workhouse y caminar a Londres. El chico de diez años se detiene a la vera del camino y se sienta sobre una milestone (piedra miliar, mojón) que indica que faltan 70 millas (113 Km). Tanto el novelista como el director representan bien, con esa imagen, la gran migración de las zonas rurales a las nuevas ciudades que permitió la industrialización inglesa. En su capítulo VIII Dickens nos explica que la gente mayor en la workhouse solía decir a los chicos-esclavos que en Londres “había modos de vivir en aquélla vasta ciudad, que los criados en el campo no podían imaginar”. La ciudad moderna como espacio de liberación de los pobres del campo.
El filme de 2005 corre paralelo a la novela de 1837 presentándonos la sicología de las gentes con quienes se tropieza el huérfano. Dickens había escrito que el paria no merecía la compasión de nadie. Esta es la realidad en la mayor parte de los casos. Pero aquí y allá Oliver encuentra a personas amables. Una vieja campesina, llorando, le acoge por una noche a la mitad de su caminata a la capital. No puede ofrecerle más que un caldo caliente, agua y una chimenea caliente. En la novela Dickens nos explica que la viejecita tenía, ella misma, “un nieto naúfrago vagando descalzo en algún distante rincón del planeta”. La solidaridad entre los pobres salva vidas. Con estas pequeñas ayudas el chico puede continuar su larga marcha.
Mucho más que Dumás, Dickens es romántico en el sentido de sentimental. Al reflexionar sobre la solidaridad de esa viejecita, el narrador agrega: “aquéllas lágrimas de simpatía y compasión … se colaron mucho más profundamente en el alma de Oliver que todos los sufrimientos por los que había pasado”.
Más interesante será la acogida que le dispensarán a Oliver los niños de la calle en Londres. Nuestro héroe fue reclutado por el chico Jack Dawkings (alias Artful Dodger, el Hábil Truhán)dentro de una pandilla de ladronzuelos. Esta relación inspiró el musical Oliver! llevado a la pantalla grande por Carol Reed en 1968. Pero cuídate, lectora, de ese musical sesentero (y de cualquier musical, con perdón de mi ciudadana madre a quien tanto le gustan). Lo esencial de Dickens es la explotación infantil y esta no se nota si pones a Fagin (el viejo que regentea a los ladrones) y a sus niños bailando ó haciendo cabriolas. En esto, Polanski mucho más oscuro… y fiel al original.
En el capítulo VIII de su novela, Dickens narrador usa en varias ocasiones la noción de intimidad. Desde un principio, Dodger le explica a Oliver que el viejo Fagin lo conoce bien y el narrador nos explica que el chico de la calle era “una peculiar mascota y protegido [pet and protege] de aquél viejo caballero”. Cuando es presentado a Fagin, éste le dice al recién llegado que “esperaba tener el honor de llegar a ser su íntimo conocido”. Apenas dijo esto el anciano, los otros chicos de la banda se abalanzaron sobre Oliver, robándole sus escasas pertenencias y casi desnudándolo. Dickens explica que “habrían llegado mucho más allá” si Fagin no los contiene. ¿Más allá? ¿A qué se refería Dickens al usar la palabra intimidad en 1837?
En las últimas escenas del Oliver Twist de Polanski, el muchacho ya redimido y a salvo, insiste en visitar a Fagin –interpretado por Ben Kingsley– a la cárcel (el viejo está condenado a muerte en la horca por “sus muchos crímenes”) y le abraza porque fue bueno con él… ¡Santo síndrome de Estocolmo!
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