Federico Anaya Gallardo
En 1976, Louis Malle dio una entrevista a Christian Defaye en el programa Spécial Cinéma de la tele francesa. (Liga 1.) Malle declaró que el director de un filme se identifica con sus protagonistas y –en ese sentido– cada película “corresponde a un momento de su sensibilidad” (minuto 1:55). También reflexionaba que los personajes que había desarrollado hasta entonces solían presentarse a contrapelo de las expectativas sociales que les rodeaban, “rehusándose a jugar el juego” (minuto 5:00). Lo anterior corresponde bien a las películas que he reseñado para tí, lectora: Le Souffle au Cœur de 1971 y Lacombe, Lucien de 1974.
En la entrevista con Defaye, atrás de Malle se colocó un affiche de su película Le Voleur (Ladrón de París, 1966) adonde se relatan las aventuras de un huérfano que buscó venganza contra la corrupción de un hombre rico volviéndose un ladrón de joyas. En ese escenario, Defaye preguntó a Malle sobre la clase social retratada en sus filmes. El director respondió que Souffle au Cœur era su retrato final de la burguesía francesa y que él considera que ya ha abordado todo lo que él tenía qué decir sobre el tema. (Este es aún otro guiño acerca de la naturaleza autobiográfica de esa película.)
Luego vendrían los diez años de rodaje en los Estados Unidos de América (1977-1986), en los que Malle siguió la misma ruta que se había trazado desde joven: filmar ficciones y documentales al alimón. De esa época son sus documentales God’s Country (El país de Dios, 1985) y And the Pursuit of Happiness (Y la búsqueda de la felicidad, 1986). En el primero, debido a diversos problemas, hubo dos periodos de rodaje: uno en 1979 y otro en 1985. La sociedad retratada es Glencoe, Minnesota. Gracias a la pausa y retraso en la producción, Malle pudo capturar la situación de sus estrevistados antes y después de la revolución conservadora de Reagan. En el segundo Malle narra la llegada a los EUA de los migrantes latinoamericanos y asiáticos. Filmado en 1986, fue estrenado originalmente como parte de la serie America Undercover de HBO. Fue transmitido en la televisión pública estadounidense en 1988 y ese año recibió el premio Peabody al “vigor y claridad” en radio y TV. Como verás, lectora, la mirada de este francés seguía siendo inquisitiva.
A mí me parece que si la travesía de Malle en la India fue una preparación para abordar los problemas de su Francia natal, su excursión estadounidense (realmente americana, por su encuentro con la migración latina) le azuzó para abordar otra vez su Francia –es decir, su clase social… corrigiendo su declaración de 1976 acerca de que ya había dicho todo respecto de la burguesía francesa. Veamos en qué resultó esto.
Ya en Francia, Malle dirigió Au revoir les enfants (Adiós a los niños,1987). Este filme es una extraña continuación –y acaso una corrección– del retrato que Malle había hecho de la Francia colaboracionista en Lacombe, Lucien trece años antes. Pese a que tanto Lacombe como Au revoir retratan hechos históricos, en ambos Malle modifica y adapta los hechos para transmitir su propio mensaje. Ciertamente, el resultado final (el que vemos las audiencias) es su clásico Ils dansent. Je les filme. C’est tout… pero los elementos creativos, la ficción que el artista inserta, son relevantes y muy diferenciados.
Lacombe había sido mal recibido por la sociedad francesa. En 1974 la idea de que millones de ciudadanos franceses habían preferido apoyar al ocupante nazifascista era muy difícil de digerir. Aún lo es. Hoy día Lacombe sigue siendo ruda y dura. Quien la vea siente horror al ver la facilidad, la chambonería, con la cual el muchacho se deja llevar por el lado oscuro de su sociedad. Malle retrató la banalidad del mal que Arendt explicó en largos párrafos. Muchos en Francia se habían escondido en su “normalidad”, en su “falta de excepcionalidad”, en su “obvia incapacidad para hacer algo” contra los malos, para pasar la página y olvidar su colaboracionismo. Lacombe los retrata. Recuerda a la sociedad la suciedad de sus recuerdos.
Muchos ven en ese rechazo la causa de la mudanza de Malle a los EUA. Por eso es interesante su triple retorno de 1987: regresa a Francia, reanuda su análisis de la Ocupación y vuelve a hacer autobiografía. La historia es más íntima. En un colegio católico, el padre director acoge a tres niños judíos que pasan por franceses. El protagonista es Julien Quentin, de trece años (interpretado por Gaspard Manesse). Se trata del hijo de una familia burguesa pudiente, quien fraterniza con uno de los recién llegados, Jean Bonnet/Kippelstein (interpretado por Raphael Fejto). Julien descubre la verdadera identidad de Jean durante el año escolar. Los nazis terminan por atrapar a los chicos judíos. Deportados, morirán en los campos. El religioso que les acogió corrió la misma suerte. Malle –uno de los herederos del grupo industrial azucarero Béghin-Say– había vivido eventos similares en su internado católico durante la guerra.
Si los estudiantes burgueses Julien y Jean representan la amistad sincera y tolerante, otro adolescente, llamado Joseph (interpretado por Francois Negret), representa la maldad y la perfidia. Se trata del ayudante de cocina (pinche) de la escuela católica, es cojo y tiene relaciones con el mercado negro. Él es quien denuncia a los niños judíos en venganza por haber sido despedido. De nuevo, Malle nos presenta al collabo. Pero si en Lacombe era el personaje central, ahora juega un rol secundario. Malle explicó a la revista Positif (número 320 de Octubre de 1987) que Joseph era “el primo pequeño” de Lucien Lacombe y que, en una versión temprana del guión de la película de 1974, la acción ocurría en una escuela católica y Lacombe era el traidor que denunciaba a los perseguidos.
Te pido, lectora, que mantengas en tu mente la traición del pinche de cocina, y recuerdes ahora una de las escenas emblemáticas de Au revoir les enfants. Estamos en un elegante restorán. La madre de Julien ha invitado a éste y a Jean a comer. Los comensales son todos gente “decente” y bien vestida. Los meseros atienden con recato y elegancia a todos. De pronto, entran dos agentes de La Milice, la policía paramilitar de los colaboracionistas franceses. Empiezan a agredir a un respetable hombre mayor, porque es judío. Cunde la indignación. Algunos franceses protestan. La cosa podría terminar muy mal. La tensión la resuelve un trío de oficiales alemanes que contienen la furia de los paramilitares franceses y los sacan del lugar. Todos –incluido el viejito judío– terminan su comida en paz.
La crítica elogió el pudor, la probidad y la modestia del director al tratar sus dolorosos recuerdos adolescentes. Al contrario que Lacombe, Au revoir fue universalmente aclamada por las y los franceses. Malle, que en 1976 había declarado a Defaye que ya había concluido su crítica a la burguesía francesa, regresó al tema con este retrato íntimo.
¿Por qué Au revoir les enfants sí fue aceptada en la Francia de fines de los 1980s?
Primero, porque su factura es mucho más americana que las películas de Malle en los 1970s. El desgarbado y obviamente sexual Laurent de Souffle es substituido en Au revoir por un Julien recatado que anuncia la imagen inocente del Erick interpretado por Brad Renfro en The Cure (El poder de la amistad, Horton, 1995). Nota, lectora, el paralelo entre la amistad entre Julien/Manesse y su compañero judío perseguido en Malle y entre Erick/Renfro y su vecino enfermo terminal en Horton. La persecución nazifascista en Lacombe era obviamente política y por ello llamaba a las audiencias a comprometerse (s’engager). En Au revoir las víctimas del Holocausto se nos presentan como inevitables víctimas, como grupos vulnerables más allá de cualquier salvación. Jean, el judío de 1944, está tan condenado a morir como el chico enfermo de sida en 1995. Sus amigos no pueden hacer nada en contra de ese cruel destino.
Hay más qué decir de los cambios en la visión de Malle. La ambigüedad intelectual de la familia Chevalier en Souffle es substituida por la dura disciplina escolar del colegio católico; del mismo modo que la compleja anarquía de la madre italiana de Laurent es desbancada por la insoportable liviandad de la madre aristocrática de Julien.
Por otra parte, el tiempo no pasó de balde. En la Francia de 1974 vivían aún muchas personas que siendo adultas habían sido pasivas frente a la tiranía fascista. Trece años más tarde ese grupo de edad ya era menor. En 1987 las audiencias francesas identificarían con gusto a alguno de sus abuelos en la escena del elegante restorán. Muchas personas deben haber visto bien la actitud de los franceses (que reprobaban el racismo) y que incluso habrán aplaudido que los oficiales alemanes fuesen “caballerosos”. Ocho años más tarde, en 1994, durante la celebración del medio siglo de la Liberación de París, un reportero estadounidense preguntó a un par de adolescentes franceses qué se estaba celebrando. Los chicos respondieron: “—Que los alemanes nos liberaron”.
Termino. Al comparar Lacombe con Au revoir uno encuentra que hasta en estas cosas hay clases sociales. La segunda fue bien recibida porque es políticamente correcta… pero también porque cierra el arco de criminalización del pobre-bruto que inició en Lacombe presentándonos la traición mezquina del muchacho-pinche. Joseph-denunciante es el pariente joven del collabo Lucien. Clásico mensaje de la burguesía triunfante: el pobre es bruto, el pobre es malo.
¿Adónde quedó el Malle crítico? Él ya nos había advertido en La India Fantasma: Occidental con cámara, doblemente occidental. ¿Burgués con cámara, doblemente burgués?
Eso sí, Malle incluyó en Au revoir les enfants un sermón del padre director de la escuela en el que el cura recuerda a los ricos padres de familia que más difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos que un camello pase por el ojo de una aguja… Esta escena suele olvidarse porque la trama fuerte va en sentido contrario: el traidor, el collabo, es el pobre.
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