Federico Anaya Gallardo
Hoy quiero contarte, lectora, de la película de 1963 que casi destruyó a la 20th Century Fox: Cleopatra, dirigida por Joseph L. Mankiewicz (1909-1993). La publicidad del estudio empezó a promocionarla con frases como “¡Ahora! ¡Para que todo el mundo lo admire! Elizabeth Taylor como Cleopatra, sirena del Nilo. ¡Su belleza impresionante y su notoria ambición cambian la marea de la civilización! ¡Su entrada triunfal a Roma! ¡La batalla de Actium! ¡Su fantástico barco de oro! ¡El espectáculo de espectáculos!” Nada extraño para nuestras audiencias del siglo XXI, acostumbradas al bombardeo constante de las varias sagas cinematográficas producidas por el Hollywood contemporáneo.
El Estudio se aseguró que otros publicistas se montaran en su egiptomanía. Un anuncio de Revlon describía un nuevo lápiz labial (sphinx pink, “rosa de esfinge”)para lograr “el nuevo Cleopatra look”. (Te anexo el cartel publicitario.) Mientras una despampanante modelo bajaba por una elegante escalera, el locutor explicaba que se trataba de “el look más excitante en dos mil primaveras”. Luego, la modelo hablaba directo a la audiencia: “—sphinx pink makes all other pinks look positively palid (“el rosa de esfinge hace palidecer todos los otros rosas”).
Bien se ve que hace seis décadas nadie se había preguntado si la última reina de los Tolomeos podría haber tenido piel oscura –como razonablemente propone en Netflix Jada Pinkett Smith en la temporada 2023 de Reinas Africanas, cuyos cuatro primeros episodios (dirigidos por Tina Gharavi) nos muestran a una Cleopatra negra –interpretada por Adele James. (Liga 1.)
Regresemos a 1963. La múltiple publicidad tuvo éxito. Antes del estreno de la película en Nueva York, se habían vendido boletos para cuatro meses. Pero alguna neoyorquina atenta seguro notó que, en el espectacular colocado en Times Square, se mostraba primero a Liz Taylor (Cleopatra) con su colega –y amante– Richard Burton (Marco Antonio); pero que a los pocos días se le había agregado la imagen de Rex Harrison (Julio César).
La explicación la conocemos gracias a un buen documental de 2001 titulado Cleopatra: The film that changed Hollywood. Fue dirigido por Kevin Burns y Brent Zacky. Fue narrado por Robert Culp. Lo puedes consultar en YouTube gracias a “Max De Winter” en dos secciones en Inglés sin subtítulos. (Ligas 2 y 3.) Allí uno de los ejecutivos de la 20th Century Fox, David Brown, explica que los contratos eran tan complicados, que Rex Harrison reclamó que él debía tener la misma exposición mediática que sus colegas Taylor y Burton. La expresión en Inglés que usó Brown para describir el complicado contrato fue so convoluted, que se traduce mejor al Castellano como enroscado, enredado (Liga 3, minutos 28:40-29:20.)
De hecho, esta película fue de las primeras –si no es que la primera– en la que las y los protagonistas impusieron sus condiciones a los Estudios. Y, al parecer, quien abrió el camino fue Elizabeth Taylor con Cleopatra. Vale la pena recordar, lectora, que Liz había sido una child-star creada, criada y administrada por la Metro-Golwin-Meyer (MGM) desde 1943 –cuando, teniendo 11 años, filmó Lassie come Home (dirigida por Fred M. Wilcox) acompañando a un Roddy McDowall quinceañero –quien encarnaría a Octaviano en Cleopatra veinte años más tarde. En 1944 una Liz de 12 años acompañaba a un Mickey Rooney de 24 en National Velvet (Fuego de Juventud, dirigida por Clarence Brown). Los dos contratos de siete años con MGM estaban terminando en 1959.Taylor tenía 26 años cuando 20th Century Fox la buscó para interpretar a la última soberana del Egipto antiguo.
Pero Liz no había sido la primera opción. Al empezar la producción de Cleopatra, Fox había ordenado minimizar costos y maximizar ganancias. El CEO del Estudio (Spyros Skouras) había desenterrado un guion ¡de 1917! El proyecto era hacer un remake de uno de los primeros éxitos del Estudio: Cleopatra de J. Gordon Edwards (estelarizada por Theda Bara). Se usarían actores y actrices bajo contrato de la compañía y se aprovecharían los terrenos del Estudio en Los Ángeles para filmar. Fox estaba al borde de la quiebra. Cleopatra debía aportar ganancias y debía hacerlo rápidamente.
A finales de los años 1950s, todos los Estudios resentían la competencia de la TV. Habían perdido 49% de sus audiencias. En 1948 90 millones personas acudían a las salas de cine. En 1958 sólo 46 millones. Aparte, en 1948 la Suprema Corte resolvió el Caso United States vs Paramount Pictures, Inc. et al (334 U.S. 131) quitándoles a los Estudios el control de sus cadenas de distribución. Ese fue el final de un largo litigio de ¡treinta años!
En 1930 los ministros de la Corte en Washington habían establecido que la liga entre Estudio y cadena de distribuidores era un monopolio que violaba las leyes. Cada Estudio tenía una cadena de distribuidores que estaban obligados a comprar y exhibir películas en bloque. El dueño de una sala de cine no podía escoger qué películas de su Estudio exhibir (ni exhibir películas de otro Estudio). Estaba obligado a calendarizar todas las películas que su Estudio le enviase. Esto se llamaba block booking (“programación en bloque”). Pese a que el Departamento de Justicia había convencido a la Corte de que esto era una práctica monopólica desde 1930, los Estudios aprovecharon la crisis de la Gran Depresión para evitar la destrucción de sus cadenas de distribución. Es más, lograron que el presidente Franklin D. Roosevelt los apoyase a través de la Ley para la Recuperación de la Industria Nacional: la Nación requería películas para soportar los tiempos difíciles. Los ministros conservadores, temerosos de las tendencias “socialistas” de FDR, declararon inconstitucional esa Ley en 1935. El presidente siguió protegiendo a los Estudios y su Departamento de Justicia reinició el litigio sólo hasta 1938. La Segunda Guerra Mundial retrasó el caso y fue hasta 1948 que se ordenó que los Estudios se separasen definitivamente de sus cadenas de distribución. Todo esto nos lo explica Scott Bomboy en su ensayo “El día que la Suprema Corte mató el Sistema Estudio de Hollywood”. (Liga 4.)
Para acabarla de atrasar, en 1959 Fox había sufrido una racha de fracasos. Cleopatra debería haber rescatado el Estudio. Lo terminó de hundir. Walter Wagner, el primer productor, cobró 2 millones por re-escribir el guion y luego contrató a Liz Taylor por otro millón de dólares. Peor: la diva impuso que el rodaje se realizara fuera de los EUA. Este comenzó en 1960 en los Pinewood Studios de Londres bajo la dirección de Rouben Mamoulian, pero entonces la Taylor enfermó y luego de varios meses de trabajo sólo había diez minutos de metraje. Se contrató a Mankiewicz para substituir a Mamoulian. El nuevo director no sólo cambió de locaciones, trasladando toda la operación a la Cinecittá de Roma, sino remplazando a los dos leads masculinos (Julio César y Marco Antonio). Con contratos igual de excesivos que el de Taylor, Rex Harrison aceptó ser César y Richard Burton encarnó a Antonio.
Los excesos se acumularon. En la Roma de 1961-1963 visitar las locaciones de Cleopatra se volvió un atractivo turístico. Dentro de la producción, todomundo tenía carro con chofer. Todomundo paseaba por Italia. Todomundo rentaba una fantástica villa. La película que debía ayudar a sacar a Fox de la quiebra le costó 44 millones de dólares; pero cuando se estrenó en 1963 sólo se recuperaron 24 millones. Aunque esta fue la recaudación más grande para un solo film en aquélla década, es de suyo evidente que el proyecto había sido un desastre. Spyros Skouras fue despedido y uno de los fundadores de Fox, el director Darryl F. Zanuck tomó el control del Estudio para salvarlo.
El libro The Cleopatra Papers (A Private Correspondence) de Jack Brodsky y Nathan Weiss reveló el caos y corrupción de la producción. El primer productor, Walter Wagner, quien había sido despedido por el caos, publicó su versión de los hechos en My Life with Cleopatra, un exposé en coautoría con Joe Hyams. Este último explicó en 2001 a Burns y Zacky que Wagner le dijo que sabía que esta iba a ser una de las grandes películas del siglo y él deseaba que la gente supiera que él había sido parte del proyecto.
Ciertamente, Cleopatra es una gran película. Pero la versión original de Mankiewicz duraba ¡seis horas! y el nuevo CEO de Fox, Zanuck, la redujo a cuatro. Pero aún esta versión era demasiado larga. Sólo se podía exhibir una vez por día, lo que reducía los ingresos de taquilla (y explica por qué en Nueva York se vendieron por anticipado cuatro meses de entradas). La versión distribuida en el resto del mundo apenas tenía tres horas para que pudiesen darse dos funciones diarias. Hoy en día puedes ver la versión de cuatro horas en YouTube gracias a “JC Classics” en una versión doblada al Castellano. (Liga 5.)
Te he contado, lectora, las aventuras de una alucinante, caótica y corrupta producción cinematográfica del siglo XX. Lo fascinante del caso es que la historia que contó esa película era igualmente alucinante, caótica y corrupta. Los hechos habían ocurrido dos milenios antes y la versión que el film de Mankiewicz nos ofrece está llena de problemas historiográficos. Sin embargo, uno diría que lo esencial de los caracteres de la última Tolomeo y de sus dos amantes romanos (pero especialmente el de Antonio) reconstruyeron cabalmente el recuerdo que de esas personas había conservado el mundo antiguo.
De esto último te contaré la semana que viene, cuando contrastaré la Cleopatra de Mankiewicz, con la de la serie Roma de HBO-BBC-RAI (2005-2007) y con lo que sabemos de la última faraona del Alto y Bajo Egiptos.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
Liga 2:
Liga 3:
https://drive.google.com/file/d/1e1jmmEh160xUK-qE97uaBaa3T3j8ThIj/view
Liga 4:
https://constitutioncenter.org/blog/the-day-the-supreme-court-killed-hollywoods-studio-system
Liga 5: