Las transformaciones que ha experimentado la Tierra a lo largo de su historia -como las diversas eras de hielo que ocurrieron hasta hace 12,000 millones de años, y que contribuyeron a que la temperatura fluctuara drásticamente- no solamente podrían ser atribuibles a erupciones volcánicas; o a las variaciones de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera; o bien a la tectónica de placas, sino que bien podrían estar relacionados con el hecho de que nuestro planeta, hace unos 2 o 3 millones de años, atravesó una nube interestelar masiva formada por polvo y gas.
Esta hipótesis, la cual se dio a conocer recientemente a través de un artículo publicado en la revista Nature Astronomy, está firmada por un puñado de astrónomos de universidades estadounidenses de renombre como Harvard, Boston y Johns Hopkins.
Entre los nombres de los investigadores destacan el de Merav Opher y el del israelí nacionalizado estadounidense Abraham Loeb. Este último, por cierto, ha propuesto en otras ocasiones ideas consideradas un tanto controvertidas por algunos miembros de la comunidad científica como, por ejemplo, llegar a afirmar que seres de otros planetas han visitado ya los confines del sistema solar.
Opher, Loeb y su equipo sugieren que una inmensa nube de gas y polvo cubrió todo el sistema solar. Ello provocó que la Tierra se viese afectada, tanto así que el paso de dicha nube no solamente desencadenó en nuestro planeta un importante descenso de la temperatura, sino que también provocó una alteración importante en la química de su atmósfera.
Todos estos cambios pudieron haber contribuido con la evolución de nuestra especie, cuyos ancestros, que en aquella época convivían con tigres dientes de sable y mastodontes (entre otras especies), fueron testigos y además lograron sobrevivir a dicho acontecimiento.
En este sentido, a través de un comunicado reciente, el profesor Opher mencionó que “este artículo es el primero en mostrar cuantitativamente que hubo un encuentro entre el Sol y algo fuera del sistema solar que habría afectado el clima en la Tierra”.
Ahora bien, ¿cómo una nube de polvo y gas interestelar pudo haber contribuido a un cambio tan radical en el clima terrestre?
Resulta que todo el sistema solar está cubierto por una especie de burbuja llamada heliosfera, la cual, aunque es producida por el Sol y está constituida por partículas del viento solar, sirve como una especie de escudo protector -ya que genera un campo magnético- contra la radiación que proviene de fuera del sistema solar.
Sin esta burbuja seguramente la vida en la Tierra no existiría ya que nos protege tanto de la radiación producida por la propia Vía Láctea como de partículas que tendrían la capacidad de enfriar el clima terrestre.
Y pudo haber sucedido que, hace 2 o 3 millones de años, debido al paso y a los efectos de la inmensa nube interestelar de gas y polvo -la cual era muy fría- la Tierra quedase sin la protección de la heliosfera provocando que se expusiera a la radiación proveniente de la Vía Láctea (mejor conocida como radiación interestelar), cuyo origen se encuentra en las explosiones de estrellas y otros objetos que conforman a nuestra galaxia.
Cuando la Tierra quedó expuesta a dicha radiación -la cual posiblemente debió de haber sido dañina para los seres vivos que pululaban en esa época porque quizá alteró su ADN- el clima se modificó drásticamente provocando no únicamente temperaturas fluctuantes, sino contribuyendo al aumento y descenso de los niveles del mar en función del derretimiento y congelamiento constante de los glaciares.
En un planeta que en aquel momento tendía al caos, producto de estos cambios tan radicales, es probable que nuevas especies surgieran -y otras murieran- como consecuencia de dichos cambios.
Aunque esta última afirmación no tiene por ahora ningún sustento científico, Opher y sus colegas pretenden por ahora contrastar modelos climáticos del pasado -de hace miles o millones de años- con la finalidad de llegar a una conclusión convincente en torno a cómo la Tierra se quedó sin la protección de la heliosfera y cómo este hecho contribuyó a las transformaciones que nuestro planeta experimentó en el pasado.
Por otro lado, para llegar a las conclusiones de este nuevo estudio, tanto Opher como su equipo crearon modelos por computadora mediante los cuales simularon cómo pudo haber sido la heliosfera hace millones de años.
Posteriormente, contrastaron dicha información con aquella obtenida de la “Cinta local de nubes frías” (LRCC, por sus siglas en inglés). Dicha “cinta” es un conjunto de nubes interestelares muy frías situadas en la constelación del Lince.
Dicha constelación -descrita por primera vez por el astrónomo polaco Johannes Hevelius en el siglo XVII- puede observarse por las noches desde cualquier punto del hemisferio norte.
Con todo este cúmulo de información, ahora solamente falta que la hipótesis de Opher y sus colegas logre comprobarse. Esto seguramente resultará complicado debido a que los modelos que los astrónomos han logrado generar por computadora son difíciles de contrastar con un hecho que aparentemente ocurrió hace millones de años.
Quizá tengamos que esperar a que ocurra otro acontecimiento donde exista un nuevo acercamiento entre nuestro sistema solar y la Cinta local de nubes frías. El problema es que los astrónomos desconocen si realmente ocurrirá y cuándo podría suceder, debido a que es un evento cuya predicción es complicada. Posiblemente ya ni siquiera estemos aquí -como especie- para atestiguarlo.
Con información de: Aristegui Noticias