Federico Anaya Gallardo
La semana pasada te dije, lectora, que siempre puede haber algo peor. Ekaterina II nos presenta la visión oficial del Estado Ruso moderno, en el que cualquier interés –alto o bajo– debe ser sacrificado al interés del gobierno. En el capítulo 1, Elizabeta Petrovna se lo dice con toda absoluta claridad a su sobrino Piotr Fiodorovich (interpretado por Aleksandr Yatsenko), nieto de Pedro El Grande y zarevich de todas las Rusias: “Quiero que recuerdes esto bien y claro: Ni hoy ni nunca has de tener algo tuyo y propio”.
El individuo soberano (государь, gosudar) es el/ella mismo/a propiedad del Estado (государство, gosudarstva) y por lo mismo, no tiene –no puede tener– interés propio, personal. Esta dura sentencia suena bien frente al frívolo Piotr de Yatsenko, y en la serie sirve para elevar a la “santidad” política a Elizabeta y a Ekaterina (quienes no podrán casarse con sus amados porque ello desestabilizaría al Estado… hay una serie de HBO con Helen Mirren como Catalina II, de 2019, que se centra en este detalle).
Pero el abuso de la fórmula justifica cualquier cosa –especialmente si recordamos que el zarato ruso incluía, como primero de los títulos del gobierno el de самодержавие (samoderzhaviye, “el que tiene todo en sus manos”)… que traducimos al Castellano como autocracia.
La formación política rusa ha fascinado por siglos a los Europeos, quienes sospechan (con razón) que es una cosa ajena a ellos. (La Ekaterina rusa lee en voz alta esto, en la primera escena en que aparece: “Rusia es un país del Asia”.) Hace años, en un libro de la biblioteca de la Ibero, encontré una referencia de un viajero inglés isabelino quien se mostraba admirado del modo eficaz en que el Zar Iván IV (El Terrible) podía movilizar a sus súbditos en defensa de su reino –cosa que era tan difícil lograr en la Inglaterra Tudor… o en cualquier otro Estado europeo del siglo XVI.
La verdadera dinámica del Estado Ruso no la he encontrado bien retratada en ninguna película, pero la función social del liderazgo individual aparece con claridad en Alejandro Nevski (Eisenstein, 1938, Liga 1). El espíritu de unidad en la justicia aparece en el retrato épico de Gengis Khan en Mongol (Bodrov, 2007, Liga 2). Pero no he encontrado un análisis serio de las contradicciones del Pueblo que se convierte en Estado (que eso es lo que ocurrió luego del Octubre Rojo, entre 1917 y 1991). Sólo destellos perdidos.
Por ejemplo, en la serie de aventuras y detectives creada por Sergey Ginzburg en 2013 (Убить Сталина, Mata a Stalin, que puedes ver en Amazon Prime) el protagonista es un investigador de la NKVD (antecesora de la KGB) que desenmascara un complot nazi de 1941 para eliminar al camarada secretario general. Las andanzas del capitán Iván Berezhnoy (interpretado por Aleksandr Domogarov) muestran un corte interesante de la sociedad política soviética –desde los barrios populares hasta las oficinas centrales del Partido. Pero, de nueva cuenta, el relato de heroísmo opaca la complejidad social para hacer la alabanza del Estado in abstracto. Ruego a alguna lectora o lector que me ayude en esta mi búsqueda de un retrato fílmico razonable de la formación política soviética.
Como sea, retorno a lo que dije al principio. Si es malo que el Gobierno de la Federación Rusa nos adoctrine acerca de la inefable bondad de un Estado fuerte in abstracto, peor es que se nos caricaturice la formación política rusa. Y esto es exactamente lo que hace la serie The Great (Hulu, 2020, disponible en Amazon Prime/StarzPlay). Como puedes ver del affiche publicitario, se nos anuncia un “drama” entre dos sweethearts de la pantalla angloamericana, Elle Fanning (como Ekaterina II) y Nicholas Hoult (como Piotr Fiodorovich). El subtítulo del póster ya sirve de advertencia: “Si la corona te queda bien, quédatela”… como si el ascenso de Catalina (los franceses dirían la prise du pouvoir) hubiese sido una cuestión de capricho personal –hasta Voltaire percibió que se trataba de un asunto social, “estructural”.
Estoy siendo injusto. Fanning tiene papeles estupendos, como cuando personificó a la autora de Frankestein en Mary Shelley (Al-Mansour, 2018). Y Hoult se ha librado de ser el eterno niño-actor de About a boy (Weitz, 2002) con sus papeles como Tony Stonem en las primeras temporadas de Skins (E4, Inglaterra, 2007) ó Kenny Potter en A single man (Tom Ford, 2009). Pero, ¿podríamos perdonarle ser Hank McCoy en los X-Men (Vaughn, 2011), ó Jack en The Giant Slayer (Singer, 2013), ó “R” en Warm Bodies/Mi novio es un zombie (Levine, 2013)?
El Piotr Fiodorovich de Hoult es una vacilada. Se parece más a su Hank mutante, a su Jack fantasioso ó a su “R” redivivo que al frívolo pero atormentado Piotr de la historia rusa. Que los productores hayan escogido a un chico lindo ya era una mala señal. La fisonomía de Yatsenko permite imaginar la sevicia y locura zonza de su personaje; la de Hoult no. Por otra parte, en orden a exagerarlo todo, se elimina de la historia a Elizabeta Petrovna y la crisis política creada por la ausencia en dos generaciones de descendientes varones capaces de ocupar el trono ruso. En la realidad (y en la serie rusa Ekaterina II) es la zarina Elizabeta quien hace de puente entre Los Grandes (Pedro y Catalina). En The Great el Piotr de Hoult gobierna directamente, pero sólo porque es un sádico asesino serial en un país que sólo puede gobernarse mediante la violencia autoritaria.
Eso sí, la escenografía y efectos especiales son buenos… Pero no te dejes engañar, lectora. Lee con atención y reparo la advertencia cínica que los productores pusieron en los subtítulos de la temporada 1 (The Great: An Occasionally True Story) y de la temporada 2 (The Great: An Almost Entirely Untrue Story).
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