Federico Anaya Gallardo
Hace una semana te recomendé una película del mainstream anglosajón que cuenta una linda historia, seriamente tratada y bien musicalizada: El poderoso (The Mighty) de Peter Chelsom, de 1998. En ella vemos la asociación de dos chicos con discapacidad (el uno, motriz; el otro, intelectual) que unidos logran superarse. Pese al tema arturiano y la sublimación de su comunidad como hermandad de caballeros, hay un diálogo revelador entre ambos inadaptados (misfits):
Max el tonto: –No tengo amigos y no necesito amigos.
Kevin el tullido: –No lo veas como amistad. Piénsalo como una sociedad. Tú necesitas un cerebro y yo necesito piernas. … Y el Mago de Oz no vive en el sur de Cincinnati.
Esta es la premisa material (opuesta a la ideológica) de la película anglosajona: las dos personas con discapacidad se necesitan la una a la otra. Ahora te invito a que analicemos qué hizo, diez años más tarde, con esa misma premisa material, la directora Samira Makhmalbaf (n.1980), quien es parte de la Nueva Ola del Cine Iraní. Puedes ver El caballo de dos patas (اسبه دوپا, Asbe du pa) de 2008 en Persa y Uzbeko con subtítulos en Castellano en YouTube (Liga 1). Un chico que ha perdido ambas piernas requiere que otro muchacho lo cargue de su casa a la escuela, de la escuela a la casa y por toda la población.
La primera escena nos aclara la situación con cierto detalle: en un barrio marginal de Afganistán, un hombre pregona: “—¡Busco un chico! ¡Un dólar diario!” Varias decenas de muchachos se arremolinan a su alrededor, lo siguen hasta una casa. En el patio está el chico sin piernas (interpretado por Haron Ahad), esperando en un columpio. Prueba a varios muchachos. Uno es muy flaco: “—¡Se me clavan sus huesos, padre!” Otro es demasiado pequeño. Otros se cansan rápido mientras trotan alrededor del patio con el amputado a cuestas. Finalmente, el padre del chico se fija en un muchacho alto, de estructura recia. Se llama Guiáh (interpretado por Ziya Mirza Mohamad). Él será el escogido. La audiencia inmediatamente notamos que Guiáh también tiene una discapacidad: tiene problemas para hablar y se le dificulta articular argumentos.
Contrario a la película anglosajona de Chelsom, que se borda con fantasías y personajes de novela; el filme iraní de Makhmalbaf nos muestra realidades. De entrada, tanto Ahad como Mirza Mohamad son muchachos reales con discapacidades verdaderas; mientras que Culkin y Henson son actores profesionales. Aquí tocamos, lectora, un punto relevante en materia de inclusión: ¿qué espacios hay –cuáles debe haber– para actores y actrices con discapacidad? Una historia importante de la que habremos de hablar en otra ocasión. Pero la película iraní va más allá: su casting procuró recoger a los marginales de la sociedad que iba a retratar.
Makhmalbaf misma nos informa que Haron Ahad, el chico amputado, era un mendigo en situación de calle y que localizó a su Guiáh (Ziya Mirza Mohamad) mientras este otro chico lavaba carros. (Puedes leer la entrevista completa en Castellano en la Liga 2 gracias al Grup Antimilitarista Tortuga de Alicante, que tomó su material de la página de la Familia Makhmalbaf, Liga 3.)
Es decir, El caballo de dos patas se creó no sólo con personas con discapacidad real, sino con actores no profesionales. La directora nos dice que esto “es duro pero atrayente. [Los protagonistas] desconocen el cine pero guardan el compás de la vida real. Para que su vida real se plasme en el negativo de la cámara hay que ser muy paciente.” Agrega que el hecho que Ahad fuese un niño de la calle resultó una ventaja, pues “los mendigos son buenos actores, pues han de hacerse simpáticos a los viandantes”.
Sin embargo, el personaje de Ahad no estaba destinado a ser simpático. No tiene nombre. El guión le denomina sólo como Amo ó Patrón (¿Agha? ¿Reis? Como no hablo Farsí, no reconocí bien la palabra…). Porque eso es lo que es: el dueño de Guiáh –a quien el chico amputado nunca llama por su nombre, sino como “caballo mío”.
Al principio, Guiáh se resiste. El niño-amo y el niño-caballo regresan todos los días de la escuela junto con sus compañeritos (todos varones, todos montados en burros). El niño-amo presume su montura y acepta una carrera. Justo antes de arrancar, Guiáh le dice al amputado: “—¡No soy ni un caballo ni un burro, amo!”. Su patrón le responde: “—Te pagaré si ganas”. Guiáh cae: “—¿Cuánto me pagarás?” El diálogo revela que, al menos en el plano de las verbalizaciones más simples, ambos muchachos siguen asumiendo que entre ellos hay un contrato que implica un salario.
El problema es que las tareas del niño-trabajador no son claras. En principio es sólo un cargador; pero mientras el niño-amo está en clase, Guiáh debe esperarlo en un patio adonde el resto de los chavales deja a sus burros. A veces, el niño-trabajador es llamado por el niño-amo, sea para que lo lleve a mear ó para que lo sostenga mientras resuelve un ejercicio de aritmética en el pizarrón.
Muchas personas rodean a los protagonistas: casi todos niños, pero también el profesor en la escuela, varios adultos en el pueblo y un viejo que actúa como mayordomo en la casa del niño-amo-amputado. Nadie observa que el niño-trabajador también debería estar tomando clase, ni que el niño-amo está abusando cada vez más de “su caballo”. Otra vez, la clave de esa ceguera está en la escena original. El padre del niño amputado es el rico del pueblo y ha contratado a Guiáh. Y esa contratación se confunde con una compra.
Por supuesto, los dos involucrados son seres humanos complejos y, pese a todas sus debilidades (físicas y mentales en ambos; éticas en el caso del amo), desarrollan una relación más enmarañada. La directora Makhmalbaf usará en este punto dos metáforas: la tela de araña y la familia. Guiáh se desarrolla como cuidador del niño-amputado. Pese al maltrato que siempre recibe, está pendiente para cargarlo y ayudarle cuando nadie más está dispuesto. (Tan mala persona es el amo que los demás niños le rechazan.) Y entrambos se desarrolla, pese a todo, una amistad. Por instantes, podría parecer que se volverán hermanos. Una fuerte tela de araña los rodea a ambos.
Pero, como el elemento central de su relación es el poder del niño-amputado sobre Guiáh, al final este sucumbirá completamente, abandonando su humanidad y dejándose dominar por el amo. Como si fuera un juego, el niño-amo manda hacerle una capucha-máscara de caballo y lo obliga a mascar paja. Y, si Guiáh tratase de escapar, en los suburbios miserables de la ciudad hay otros chicos pobres dispuestos a ser caballos de dos patas a cambio de un dólar diario.
Una pesadilla, lectora. Pero vale la pena que la veas y la compares con la kino-reseña anterior. Se trata de la misma relación material, pero la directora y su padre, Mohsen Makhmalbaf –quien escribió el guión durante una noche de obsesión-depresión– han construido una solución opuesta a la inspirada por la leyenda arturiana. En su retrato de los chicos no hay espacio para la inocencia ó la fraternidad. La sociedad entrambos sólo produce explotación.
¿Qué hacer?
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
Liga 2:
https://www.grupotortuga.com/El-caballo-de-dos-piernas-de
Liga 3: