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Opinión

El Rey Danza

Federico Anaya Gallardo

A propósito de películas, hemos hablado de la música, el teatro y los jardines patrocinados por el Rey Sol francés en su largo reinado. Luis XIV subió al trono en 1643, cuando tenía sólo 4 años. Murió 72 años más tarde, en 1715. Los franceses llamaron a su reinado le grand siècle. Los historiadores han expandido el término para incluir los reinados del abuelo y el padre del Gran Luis: Henri IV (el de Margot y “París bien vale una misa”) y Luis XIII (el de Richelieu y los tres mosqueteros). También se expande le grand siècle a la regencia que gobernó Francia durante la minoría de edad del heredero del gran rey… quien, aunque en la cuenta dinástica se conoce como Luis XV, era en realidad el bisnieto del Gran Luis. (Esto ocurre cuando un monarca es demasiado longevo…)

Aviso de futuras kino-reseñas.

Una película francesa, titulada Louis, l’enfant roi (Planchon, 1993) trata de la infancia del Gran Luis y –al parecer– nos muestra cómo reaccionaron su madre-regenta (Ana de Habsburgo, hija de Felipe III de España) y el ministro-cardenal Mazarino frente a la última revuelta de los nobles contra la corona (La Fronda). Digo “al parecer” porque, aunque hace años conseguí esa peli en DVD, resulta que éste está en sistema PAL y no he logrado verla. (Agradeceré a cualquier lectora su ayuda y consejo en esto.)

Otra película francesa, L’échange des princesses (Cambio de Reinas, Dugain, 2017) nos cuenta de la infancia de ese bisnieto del Gran Luis, el rey-niño Luis XV de once años, a quien su tío-regente lo casa con una Infanta de España de ¡tres años! Ya te contaré de ella en el futuro, lectora.

Dije que el Gran Luis, Louis Le Grand, empezó a reinar teniendo cuatro años. El defecto esencial de la monarquía tradicional europea es que permitía este tipo de despropósitos. Los tres reinos mayores de la Cristiandad (Castilla, Francia é Inglaterra) sufrieron largos periodos de inestabilidad por la llegada de infantes ó niños al trono. Esto siempre fue ocasión de pleito entre madres y tíos –todos ellos magnates con tropa armada. De poco ayudaba que el rey moribundo tratase de organizar una regencia. Muerto, los actores políticos quedaban libres de pelear por su herencia. El heredero corría peligro de muerte. (En Londres, sigue siendo famosa la leyenda de dos príncipes asesinados en la Torre por un tío traidor.)

El Luis-niño de 1643 tenía tres ventajas para superar esta crisis.

La primera es que siempre tuvo a su lado a un hermano menor, Felipe de Orleans, dos años menor que él. Si hubiese pasado cualquier cosa, el trono tenía un heredero seguro. (Felipe vivió casi tanto como el Rey Sol: murió de 61 años en 1701.)

La segunda ventaja del Gran Luis era geopolítica. Su madre era la hija de Felipe III de España –y este país aún era la superpotencia europea. Aparte, su tía Isabel de Borbón era reina de España. Aunque en la segunda mitad del siglo XVI Madrid había tratado de destruir el reino francés; una vez que los borbones estabilizaron su dinastía en París, los habsburgos españoles optaron por un acercamiento menos agresivo. Que una Infanta de España fuera ahora Reina Regente de Francia era perfecto para todos. España no aprovecharía la minoría del rey francés para desestabilizar el reino.

Su tercera ventaja fue la creciente estabilidad interior. El reinado de Luis XIII (1601-1643) también había empezado con un rey-niño (de nueve años, 1610). Pero este Luis ascendió al trono luego del asesinato de su padre (Henri IV) a manos de un fanático católico –probablemente pro-español. También su madre fue Regenta, pero la familia de ella (los Médicis florentinos) poco podía ayudar. La guerra civil entre nobles continuó veinte años más, hasta 1630. Pero en la última etapa, Luis XIII contó con un ministro potente y serio: el cardenal Richelieu. Fue este estadista quien estabilizó el reino, reorganizó la administración, detuvo las intervenciones españolas y reposicionó a Francia como potencia de primer orden (durante la Guerra de Treinta Años). Rey y ministro murieron casi al mismo tiempo: el cardenal en Diciembre de 1642 y el monarca en Mayo de 1643. Pero, si Luis XIII dejó el trono a un Rey-infante, Richelieu había colocado a un sucesor digno de él: el cardenal Mazarino, de 41 años.

Mazarino es el verdadero poder en Francia durante la minoría del Rey Sol. Es él quien vence a La Fronda. A la muerte de Mazarino en 1661 (59 años), Luis ya tiene 23 años y es entonces cuando se impondrá contra su madre española.

Perdón por el rollo histórico. Regresemos un momento en esta complicada trama, lectora, para que te cuente de otra película sobre este periodo. Seguro la disfrutarás mejor luego de leer esta kino-reseña.

Le Roi Danse (El rey baila ó La pasión del rey en Castellano) fue dirigida en 2000 por Gérard Corbiau con un screenplay de él mismo y las guionistas Ève de Castro y Andrée Corbiau. Los Corbiau ya eran conocidos por su biopic Farinelli sobre el castrato barroco Carlo Broschi (1705-1782). Como en Tous les matins de Corneau (1991) la música es la protagonista central. Pero ahora toda la trama ocurre en La Cour. (Liga 1.) La historia se organiza alrededor de los dos Jean-Baptistes de quienes te conté la semana pasada: Lully (músico) y Molière (dramaturgo). Ambos nos son presentados como creaturas políticas del joven Rey Sol.

La historia comienza con un Luis adolescente. El joven monarca es él mismo un artista. Baila ballet. De hecho, junto con Lully él es uno el creador del género. En 1653, a sus quince años, el monarca estelariza Le Ballet de la Nuit en donde interpreta un Rey Sol que vence las tinieblas. Te agrego un grabado de ese año y una foto que nos muestra a ese Luis interpretado por Emil Tarding (n.1983).

Poco antes de que el chico sea alzado al centro del escenario, surgiendo de la penumbra como el sol en el amanecer, el joven Lully se le acerca para regalarle unos zapatos dorados. El adolescente le dice, autoritario: “—Te lo advierto: si me caigo, te regresas a Italia”. Lully le responde: “—¿Y si no se cae Usted?” El chico le promete hacerlo francés apenas sea Rey. El músico le comenta extrañado: “—Pero Sire, Usted es el Rey”. Luis responde: “—Sólo en el escenario, Baptiste, sólo aquí. Reinar sobre la música y la danza. Eso es lo único que me permiten mi madre y sus ministros”.

El muchacho sube a escena. Danza. Sus brazos y piernas muestran el Poder, el Placer y la Luz. La escenificación es gloriosa. Los poderosos nobles de La Fronda deben actuar en la representación, rindiendo homenaje al muchacho dorado. Uno por cada familia poderosa. Corbiau nos regala close-ups de la audiencia embelesada. “—¡El duque de Conti! ¿Está de nuevo en gracia del Rey?”, dice una dama. Otra le responde: “—¡Qué va! El rey volvió a atarlo. Míren qué dócil está…” La Reina-Regente está extasiada y exclama junto a Mazarino: “—¡Qué niño!” El cardenal le responde seriecísimo: “—Ya no es un niño, Madame. Es un Rey.”

Con esos diálogos brevísimos, Corbiau nos sugiere que Mazarino preparó conscientemente la elevación al poder del niño. Esta hipótesis también la maneja Roberto Rossellini (1906-1977) en su La Toma del Poder por Luis XIV de 1966 –de la que te hablaré la semana que viene, lectora. Corbiau también nos dice que, pese a la aparente mediocridad de la que nos habla Norbert Elias en su La sociedad cortesana, el Rey Sol era un político consciente de sí, capaz de adaptarse discretamente en entornos adversos y manipulador de quienes le rodean.

El rey danza cuenta el modo en que Luis dejó de ser rey sólo en el escenario… pero sin abandonarlo. Esta película muestra cómo manejó el registro artístico para acumular poder. Lully (interpretado por Borris Terral, n.1969) y Molière (interpretado por Tchéky Karyo, n.1953) son sus instrumentos para atacar a sus enemigos, sean estos burgueses advenedizos ó nobles ultra-conservadores.

En varias ocasiones, el Rey ya adulto (interpretado por Benoît Magimel, n.1974) explicará a sus dos servidores que él no tiene amigos. Molière entiende pronto y se rinde. A Lully le cuesta más aceptarlo, pero cuando al fín entiende traiciona a Molière. Ya estando viejo y enfermo el escritor, Lully se presenta para echarlo de los teatros en Versalles. Lleva con él ediciones de lujo de las comedias-ballets que habían creado juntos. Ahora sólo Lully aparece como autor. El músico explica al azorado Molière que el Rey me ha concedido esta gracia

En ese punto, vemos gráficamente cómo Luis convirtió a sus dos leales artistas en nobles-cortesanos, cómo los hizo pelear entre ellos por su favor y cómo, convertido en Rey-árbitro, aplastó a uno mientras premió al otro.

¡No habría imaginado una mejor explicación para el arreglo cortesano de Norbert Elias! …Y también es una ilustración perfecta de cómo el Ancien Régime hizo nacer en la sociedad la consciencia de-sí y para-sí de los seres humanos gobernados por un monarca absoluto. Una explicación completa de este proceso la puedes encontrar, lectora, en el famoso libro de Jürgen Habermas Historia y Crítica de la Opinión Pública de 1962.

En 1991, el Saint Colombe de Quignard (Tous les matins du monde) se contentaba con quedarse en su mansión campestre, orgulloso de ser dueño de sí mismo. En 2000, el Molière y el Lully de Corbiau de Le roi danse son manipulados y humillados por un soberano al que aman, pero que jamás será su amigo. Porque, engreído, el Gran Luis creía ser la encarnación final del Estado.

Termino esta kino-reseña con la primera escena de otra película. En La Revolución Francesa: Los años luminosos, dirigida por Robert Enrico en 1989 (Liga 2), la primera secuencia nos muestra un lujoso carruaje de seis caballos blancos estacionado frente a un gran portal de piedra. Una lluvia fría cae copiosa. Un niño vestido de negro está arrodillado frente al portón. Recita un discurso elegante en honor del hombre que viaja en el carruaje. De este sólo vemos su pierna vestida de seda blanca, impecable. Los caballos patean impacientes, enlodan la cara del chico y el pliego adonde ha escrito su discurso. Sus compañeritos se burlan. El muchacho concluye: “—En fín, Su Majestad, hoy la lluvia ha eclipsado a Febo, pero Usted es nuestro único sol.” El lacayo que sostiene abierta la puerta le informa al Rey que ha terminado el discurso. Sin decir nada, una mano regordeta ordena que cierre y que la comitiva siga su camino.

Otro chico se acerca al orador y le dice, enojado: “—¡No puedo creer que no te haya dicho nada!” El maestro regaña a ambos: “—Desmoulines y Robespierre, ¡a clase!”

El lugar, el colegio Luis Le Grand. El año, 1774. El monarca, Luis XVI. Las monarquías no humillarían impunemente a sus ciudadanías por mucho tiempo más…

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