Federico Anaya Gallardo
Cosa rara, pero debo empezar esta kino-reseña un siglo y dos milenios antes de que los Hermanos Lumiere inventasen el cinematógrafo. En 1817 Europa acababa de derrotar a la Revolución Francesa y Napoleón se pudría en el exilio.
Los sueños de libertad eran perseguidos y sus luchas, alejadas. La nobleza regresaba por sus fueros. En el Viejo Continente sólo los griegos luchaban contra el tirano Turco y en el Nuevo unos pocos rebeldes resistían la reacción Española.
En Italia, un grupo de jóvenes ingleses alucinados trataba de fundar un periódico, The Liberal, para mantener la luz de las revoluciones derrotadas.
Uno de ellos se llamaba Percy Bysshe Shelley –y aunque era heredero a un título nobiliario y exalumno de la exclusiva Eton, había sido expulsado en 1811 de Oxford por defender abiertamente el ateísmo. Aparte, practicó el amor libre y defendió la igualdad de mujeres y hombres.
En su época, sus aventuras contra la “buena sociedad” fueron más leídas que su obra; pero eventualmente fue elevado a los altares de la gran literatura británica… una vez que la militancia dura de su vida pasó a segundo plano. En 1817 el Examiner de Londres publicó su poema Ozymandias en el que se burlaba de la soberbia de los reyes.
El nombre Ozymandías es una corrupción de los nombres y títulos del faraón Ramsés II (XIX Dinastía, 1303-1213 aC) Usermaatra, Setepenra, Ramsés, Meriamón que se leería como Poderoso Maat de Ra, el Elegido de Ra, Ramsés (Junco nacido de Ra), Protegido de Amón.
El primer título, Usermaatra (Poderosa Justicia de Ra) pasó al griego como Όζυμανδιας (Ozimandias, Biblioteca Histórica de Diódoro Sículo, año 30 aC) de donde Shelley y los europeos del 1800 lo adoptaron. Europa redescubría el Egipto de los faraones y a los poetas liberales les impactaba la fútil jactancia de sus monumentos convertidos en fragmentos.
Un gran torso de piedra del gran Ramsés que fue “ganado” por los ingleses al poco de la derrota de Napoleón fue la probable inspiración de Shelley. El poema cuenta que un viajero encontró una estatua rota en el desierto, a cuyos pies se leía: “Mi nombre es Ozymandías, rey de reyes. Vean mis obras, oh poderosos, y tiemblen”.
Las historietas han tenido parte extraña en el entierro del radicalismo de Shelley. En 1986 y 1987, DC Comics publicó Watchmen (Vigilantes), una novela gráfica de Alan Moore con arte de Dave Gibbons. Se llevó a la pantalla grande en 2009 y a TV streaming en 2019.
El personaje central es Ozymandías, el hombre más inteligente del mundo: un héroe que, para salvar al mundo, debe volverse genocida. (La respuesta de DC Comics al Thanos de Marvel.) Contrario al Ramsés de Shelley, el Ozymandías de Moore gana la partida porque su poder no busca la propia gloria, sino el bien de la humanidad. Watchmen es un thriller policiaco.
El guía de los espectadores es Walter J. Kovacs, alias Rorschach… un detective obsesionado con ideas fijas sobre el bien y el mal, quien no suelta un caso sino hasta descubrir toda la verdad.
Gracias a ese antihéroe cuyo rostro enmascarado cambia como las manchas de tinta del test de Rorschach, descubrimos que su viejo compañero en los Watchmen, Ozymandías, es el cerebro de una operación encubierta para destruir Nueva York, Moscú y otras ciudades.
La culpa se le endilgará a otro de los Watchmen, el “Doctor Manhattan”, un científico nuclear transformado por un accidente en un ser todopoderoso que aseguró el triunfo de los EUA en la Guerra Fría desde 1950.
(En la serie de TV nos venimos a enterar de que en esta línea de tiempo Vietnam se volvió parte de EUA en algún momento a fines el siglo XX y que Richard Nixon se reeligió varias veces).
Pero, como el riesgo de una guerra nuclear permanece en los 1980s, Ozymandías decide obligar a todas las naciones de la tierra a unirse en contra de un enemigo común. Su plan es destruir importantes ciudades de ambos bloques para obligar a estadounidenses, soviéticos, chinos y europeos a pactar la paz entre ellos.
En la película de 2009, el propio inculpado acepta el engaño porque ha sido exitoso: se ha logrado la unidad mundial. Y cuando Rorschach trata de dar a conocer la verdad, el propio Dr. Manhattan lo asesina. La simplificación comiquera en Watchmen toca ahora la teoría del enemigo de Carl Schmitt.
El arreglo es bueno porque, en este caso, el enemigo es singular y personal: un sólo hombre –quien, aparte, no tiene problema con aceptar el complot –y se va lejos (a otra galaxia) convertido en una especie de dios tecnológico. Dr. Manhattan se parece mucho al Batman de Nolan que acepta el rol público de villano para lograr un bien mayor.
Tanto en el Batman de Nolan como en Watchmen nos queda el amargo sabor de que sólo a través de una gran mentira se puede lograr la Utopía. En los comics, el debate queda dentro del exclusivo colectivo de los superhéroes.
Este es un arreglo similar al de Marvel Comics en la gran batalla de titanes contra Thanos (Endgame, 2019). Cuando los Avengers revierten el “hechizo” de Thanos, los que resucitaron no recuerdan su muerte y el genocidio sólo es conocido por los héroes olímpicos.
En la realidad histórica no podemos hacer tal. El recuerdo es irremediablemente colectivo. El francés Ernest Renan decía en el siglo XIX que para ser franceses había que olvidar al mismo tiempo la matanza de San Bartolomé adonde la Derecha masacró a la Izquierda y el Terror de 1794 cuando la Izquierda masacró a la Derecha.
El británico Macaulay sugería a sus compatriotas, aunque menos crudamente, lo mismo: ¡¿Cómo –si no– reconciliar la Corona con Cromwell?! El siglo XX no nos permite olvidar ninguna masacre. Todas son inolvidables. Con ellas en mente debemos insistir en construir la Utopía.
Estatua de Ramsés II de Tebas (Museo Británico) y su reproducción en guarida de Ozymandías (2009).
Imágenes tomadas de la www y de la película.