La profesora británica de ciencia y biología Natalie Wilsher lleva un tatuaje de Albert Einstein en el brazo. Tiene otros en los pies, las muñecas y los tobillos.
De todos los tatuajes que se ha hecho, los más dolorosos fueron los del empeine y los tobillos.
“El dolor es una forma que tiene el cuerpo para protegerse a sí mismo, y los nervios son los responsables de detectar el dolor”, explica la docente en el podcast de la BBC “Enséñame una lección”.
“Será más doloroso hacerse un tatuaje donde hay menos grasa y más nervios”, detalla en conversación con los presentadores Bella Mackie y Greg James.
Además de los pies y los tobillos, las espinillas, las axilas y la caja torácica se suman a la lista de zonas sensibles, asegura Wilsher, aunque todo depende de la sensibilidad de cada persona.
“Los nervios del área que se está pinchando cuando se hace un tatuaje envían la señal de dolor al cerebro”, explica la profesora.
Sin embargo, la reacción que tenga una persona al proceso de hacerse un tatuaje no necesariamente puede compararse con el de otra.
“El umbral de tolerancia al dolor es completamente diferente de una persona a otra”, añade.
El primer tatuaje
El tatuaje más antiguo del que se tenga conocimiento fue encontrado en Ötzi, también llamado el hombre de hielo, una momia que fue descubierta en una remota región de los Alpes italianos en 1991, y que permaneció congelada durante más de 5.000 años.
“Los tatuajes de Ötzi eran muy pequeños, muy discretos. Eran puntos y rayas. Los antropólogos piensan que eran una forma de acupuntura con propósitos medicinales”, cuenta Wilsher.
La profesora se pregunta cómo curaban las heridas ocasionadas al rasgar la piel y supone que tardaban meses en sanar.
“Es sorprendente que durante esa época, entre la edad de piedra y la edad de los metales, pudieran hacer esos tatuajes sin enfermarse. Es impresionante que hayan tenido ese conocimiento”, agrega.
Con el tiempo, los tatuajes se convirtieron en un recurso para que cada quien contara su propia historia.
“La mitología dice que el capitán James Cook, a finales del siglo XVIII, conoció a muchas personas con diferentes tatuajes en sus viajes por el Pacífico. 90% de su tripulación se hacía tatuajes como una forma de marcar el recorrido de su viaje”, explica la docente de secundaria.
Los soldados de la marina británica heredaron esa tradición y comenzaron a hacerse tatuajes de sus viajes, usando orina y pólvora, con un preparado que solía llamarse tinta náutica, relata Wilsher.
A finales del siglo XIX, la máquina tatuadora en realidad se basó en la impresora de Thomas Eddison.
“Fue creada en 1875, y desde entonces no ha cambiado demasiado. Todavía pincha la piel entre 50 a 3000 veces por minuto”.
El órgano más grande del cuerpo
La piel es el órgano más grande del cuerpo, equivale al 50% del peso corporal, y la capa más superficial se renueva cada 28 días. ¿Por qué la tinta no se desvanece cuando mudamos esa piel?
La profesora Wilsher recuerda que la piel tiene tres capas principales: la epidermis en la superficie; la dermis en el centro, donde se encuentran los vasos sanguíneos, las glándulas sudoríparas, los folículos y los nervios; y la parte más profunda que es la hipodermis, la capa grasosa de la piel.
“La tinta del tatuaje se inyecta en la dermis, donde se encuentran los nervios, responsables del dolor. Los tatuajes no se caen porque la capa intermedia de la piel está protegida por la epidermis”, explica.
Wilsher indicó que cuando se inyecta la tinta en la dermis, “el cuerpo dice: ‘Vaya, tengo una herida’. Y envía a esa área macrófagos, glóbulos blancos que intentan engullir la tinta para luego enviarla al torrente sanguíneo”.
Sin embargo, es demasiada tinta para que pueda ser eliminada por los macrófagos, así que se queda allí atorada. “Por eso podemos verlas a través de la epidermis”, añade.
Con información de BBC