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Opinión

Ver para pensar: Montecristo crítico del Derecho

Federico Anaya Gallardo

Decíamos la semana pasada, lectora, que Dumás novelista hijo de Dumás general siguió peleando del mismo lado que su padre y que por eso los conservadores de su día prohibieron su obra. Pero no es lo mismo servir a la Gran Revolución (1789-1815) que vivir en una Francia postrada por la Restauración (1815-1848). Alejandro Dumás descubrió un modo sutil y efectivo de servir a la gran causa. “Mediatinta” le habrán dicho (y le seguirían diciendo) los radicales; pero cada quien hace lo que puede. Y el poder de Dumás novelista era construir narraciones que encandilaran, fascinasen… y enseñasen.

Hoy vuelvo a la versión de Josée Dayán (TF1, 1998) de Montecristo. Me concentraré en el primer episodio (Liga 1). El director reconstruye la historia de la traición que lleva a Edmundo Dantés mediante un diálogo en la prisión entre el Abate Faría (Georges Moustaki, el cantante) y Edmundo (Gérard Depardieu). Mediante flashbacks vemos la llegada a Marsella del joven Edmundo, protagonizado por Guillaume Depardieu (el problemático hijo de Gérard) y los preparativos de su boda con Mercedes. El diálogo Faría-Dantés nos muestra cómo el abate enseña política y análisis a su discípulo. A partir del relato de Edmundo, el viejo va proponiendo hipótesis y juntos descubren la verdad y la traición.

Edmundo Dantés descubre en el Castillo de If que su tragedia es que la carta que Bonaparte entregó a su capitán (y que él se comprometió a llevar a París) estaba dirigida al padre del joven agente de ministerio público Villefort (quien era conocido sólo como el general Noirtier). Villefort padre era bonapartista pero Villefort hijo se estaba acomodando en el régimen de la Restauración. Para evitar que el padre se implicase en la última conjura napoleónica, el abogado destruyó la carta y mandó encerrar –incomunicado– a Edmundo. Así aseguraba su futuro. Dantés fue enviado a prisión víctima de una conspiración que él ni siquiera entendía. Cuando la comprendió, su corazón se llenó de furia fría.

La escena en que Faría/Moustaki devela ese misterio a Dantés/Depardieu cierra de una manera impresionante. Dantés llora al comprender la doble traición: su amigo el capitán Mondego (quien deseaba a su novia Mercedes), el contador Danglars y el cantinero Caderousse le acusaron de ser agente del Emperador. Villefort le encerró para proteger su carrera. Sigamos el doblaje en Castellano:

Faría: “—No te avergüences, en el momento de ser prendido, también Jesús lloró. Todo mundo piensa que las lágrimas de Cristo eran de angustia. De angustia del suplicio. Pero yo me pregunto si no lloraría porque Judas le traicionó. ¡Judas era su amigo! ¿Sabes lo que hizo?…”

Edmundo: “—Pero Jesús no se vengó de Judas.”

Faría: “—No, porque él era Dios y eso le imponía deberes. Pero tú eres un hombre y eso te concede derechos.”

Nota, lectora, cómo en un pequeño diálogo, Dumás/Dayán ponen de cabeza el orden tradicional de la Cristiandad tradicional. El Viejo Régimen nos imponía la Imitación de Cristo y esto servía bien sólo a las clases opresoras. Pero Jesús debe perdonar porque es Dios… los hombres y las mujeres ultrajados tienen derechos. Y entre ellos, está el derecho a la venganza. (No extraña que en 1863 la novela haya sido mandada a la lista de libros prohibidos por el “Santo Padre” católico.)

Saltemos a las primeras aventuras de Edmundo ya convertido en el Conde de Montecristo. (La transfiguración se logró porque Faría le dio la clave para encontrar un inmenso tesoro que el abate había escondido en una isla frente a Italia –símbolo de la nueva sociedad fundada en el dinero y no en la libertad.) Monsieur Le Comte ha depositado su tesoro en un banco y dispone de inmenso crédito. Viaja al Oriente y regresa cargado de historias y sirvientes mamelucos. En varias ciudades de Italia se ha hecho famoso por su lujoso modo de vivir, su erudición y su carácter misterioso.

Albert de Morcef, el hijo de Mondego y Mercedes, viaja con un amigo por Italia. Pasan de Florencia a Roma y, enterados de la llegada de Montecristo para celebrar el Carnaval, se hacen presentar. Los agentes del Conde –quien prepara su venganza contra Mondego y su exnovia traidora– le han seguido la pista al joven Alberto. Montecristo le recibe y acoge. Le facilita contactos, consejo y recursos extras para que el muchacho disfrute la Ciudad Eterna. En realidad lo mide, se entera de la situación de su familia, de la vida que Mondego le robó a Edmundo Dantés.

En la novela, la chabacanería e irresponsabilidad del joven Alberto durante el carnaval romano lo harán caer en manos del bandolero Luigi Vampa. Montecristo le rescata y deja en deuda al muchacho, asegurándose así la invitación al Palacio Morcef en París.

En la versión de Dayán, parece que los hechos ocurren en Nápoles. Alberto (interpretado por un Stanislas Merhar de 17 años) llega a la ciudad para ver cómo se ejecuta a Peppino, de la banda de Luigi Vampa. No ha conseguido boleto para ver la ejecución y le pide a Montecristo que le invite…

Alberto: “—…en el balcón que habéis alquilado para el espectáculo.”

Montecristo: “—¡Espectáculo! ¿Llamáis espectáculo a la muerte de un hombre?”

Alberto: “—¡Dios mío, se trata de castigar a un bandido!”

Montecristo: “—¡La palabra castigo es una palabra terrible, joven! No la empleéis como si hablarais de una ópera.

Alberto: “—Pero… no os comprendo. ¿Es que la Justicia…?”

Montecristo: “—¡La Justicia puede equivocarse! Y cuando se equivoca, se convierte en la cosa más inmunda, más repugnante que existe. Avergüenza a quienes la imparten. ¡Y yo no tengo balcón!”

Al poco, Alberto es secuestrado por Vampa quien amenaza degollarle si no se le paga un rescate fabuloso. Montecristo no deja de admirarse: “—Alberto quería asistir a un suplicio. ¡Pues bien! Estará en primera fila…” Su asistente Bertuccio le convence de intervenir, pero el Conde no pagará el rescate…

…sino que buscará a Luigi Vampa y negociará la liberación de Peppino. Para esto, Bertuccio investiga y descubre que el juez que condenó al bandido tiene gustos extraños y es proclive a recibir costosos regalos. Montecristo lo aborda en la ópera y lo compra con un rubí, una esmeralda y un diamante.

Y del mismo modo Montecristo se consigue de última hora un balcón para la ejecución, misma que se interrumpe al llegar, de última hora, el indulto. El Conde de Dayán no asistirá a una ejecución, pero sí a una liberación. La banda de Vampa quedará en su deuda y le acompañará en futuras aventuras. (Eventualmente, será la red de contactos populares de Vampa la que asegure que el dinero que Montecristo confisque al banquero Danglars llegue efectivamente a los pobres.)

Si en Nápoles Montecristo salva a un bandolero social de la muerte, en París –adonde un agradecido y fascinado Albert le ha invitado– la máquina de muerte del Derecho burgués es más difícil de vencer. Esto ocurre en el segundo episodio de Dayán (Liga 2). Villefort ha ascendido en la pirámide y es ahora Fiscal General. Es famoso por su dureza contra la criminalidad. Montecristo es invitado a ver la audiencia final de un juicio por aborto. Villefort es implacable. Su oratoria contundente. Triunfante, el Fiscal General recibe al Conde en su despacho. Este le pregunta por qué dejó Marsella y Villefort le cuenta que fue por un ascenso.

Montecristo: “—¿Por servicios prestados?”

Villefort: “—Pues… sí, naturalmente.”

Montecristo: “—¿A quién?”

Villefort: “—¿A quién? Pues a la Justicia. ¿A quién más queréis que yo sirva, señor Conde?”

Montecristo: “—Es la primera vez que me encuentro frente a un fiscal.”

Villefort: “—Y eso os impresiona, eso es natural.”

Montecristo: “—Eso me intriga. Vos que infligís a vuestros semejantes unas penas que hacen estremecer, ¿no habéis experimentado nunca… una duda?”

Villefort: “—¿Una duda?”

Montecristo: “—Sí.”

Villefort: “—No.”

Montecristo: “—¿Y remordimientos?”

Villefort: “—Je, je… es el acusado quien debe experimentarlos. No yo.”

El Fiscal General es incapaz de reconocer a su víctima Dantés tras la máscara de Montecristo. El Derecho burgués de la Restauración y la monarquía orleanista tampoco distingue la injusticia material, la opresión estructural, detrás de las palabras alambicadas: “Justicia” y “Orden”.

Dumás novelista nos mostrará cómo en la misma casa del Fiscal General se tejen crímenes indecibles y –a través de su Conde– obligará a Villefort a aplicar el Derecho contra su propia familia… el abogado terminará encerrado en un manicomio. Venganza justa y más justa condena.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

Liga 2:

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