Federico Anaya Gallardo
Hace un año, lectora, te recomendé re-visitar las adaptaciones cinematográficas de la obra de una autora inglesa, victoriana y socialista, llamada Edith Nesbit (1858-1924, Liga 1). Ella es una de las creadoras del canon de la niñez occidental. Aquélla feminista de las primeras generaciones utilizó la fantasía para modelar el imaginario de sus jóvenes lectoras y lectores. Hoy quiero hablarte de otra autora de aquélla época, llamada Frances Hogdson-Burnett (1849-1924). La ciudadana Hogdson también era inglesa porque nació en Manchester. Pero su familia, empobrecida luego de la muerte del padre-proveedor, debió emigrar a los Estados Unidos de América siendo ella adolescente. Se asentaron en Tennessee en 1865 –justo al final de la Guerra Civil (que fue la verdadera Revolución estadounidense). Cuatro años después de su llegada, con apenas 19 años, la muchacha ayudaba a sostener su hogar escribiendo para revistas. Esto indica que pese a los problemas económicos, los Hogdson migrantes pertenecían a las clases intelectuales (algo usual) y que se aseguraron educación a sus mujeres (algo no tan usual). Pese a ello –siguiendo la tradición patriarcal– una vez que Frances se casó con el médico Swan Burnett en 1873 (a los 24 años) empezó a firmar sus escritos con el apellido de su marido. Pero siguió publicando.
De hecho, el oficio de escritura de Frances constituía la mayor parte del ingreso familiar. Gracias a su pluma ella había viajado a Europa antes de la boda y, ya casados, allá viajaron ambos para que Swan se especializara como otorrino y oftalmólogo en París. No pienses que se trataba de ricachos, lectora. Todo lo que hicieron ocurrió en esa peligrosa frontera del desastre financiero (nada nuevo en las clases intelectuales). Pero funcionaban como pareja (eso sí debe haber parecido novedoso a sus contemporáneos). Ella escribía y financiaba, él ejercía y administraba. La primera novela de Frances se vendió bien a ambos lados del océano. Se titulaba That Lass o’ Lowrie: A Lancashire Story. La edición de Londres es de 1877. (Liga 2.) Aquí me detengo: Frances escribe sobre Inglaterra aunque viva en EUA. Al parecer, era su forma de regresar a su matria original; estando ella en tierra ajena, pero entre un Pueblo cercano.
Si la escritura empieza siempre en un retorno personal, sus lectoras y lectoras abrazaron entusiastas la idealización de Inglaterra que les presentaba Hogdson-Burnett.
Antes de entrar a esto, tal vez convenga recordar que, durante la Guerra Civil (1861-1865), Inglaterra coqueteó seriamente con los rebeldes esclavistas confederados y gustosa habría reconocido el establecimiento de dos repúblicas anglo-americanas (divide et vinces). El triunfo federal de 1865 avanzó las causas liberales, democráticas, anti-esclavistas, y republicanas radicales en todo el mundo. En 1867 se restauró la República en México. Ese mismo año sesionó un constituyente liberal en el Perú –aunque la carta magna que aprobó sólo rigió un año. En 1868 inició el sexenio liberal en España, que incluyó el derrocamiento de los borbones, una monarquía constitucional bajo Amadeo de Saboya y la Primera República Española. En 1871 Napoleón III fue derrotado y la Comuna de París ondeó por vez primera las banderas rojas de una nueva sociedad. En Inglaterra y Canadá actuaban los rebeldes fenianos que buscaban proclamar una república en Irlanda. Todos estos acontecimientos mundiales, sumados al triunfo de Lincoln, la abolición definitiva de la esclavitud y la Reconstrucción del Sur bajo el mando militar de la Unión, demostraban que el gobierno del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo no desaparecería de la tierra.
Intuyo que, impresionada por los graves acontecimientos que sus dos hogares vivían, Frances Hogdson-Burnett trataba de reconciliar las sociedades angloamericanas a ambos lados del Atlántico. No es extraño que lo intentase una mujer que sabe latín. Sospecho que un estudio más profundo de sus orígenes nos mostrará que su familia provenía de aquéllos círculos que prosperaron luego de las revoluciones inglesas del siglo XVII. Uno de los temas centrales en su novela más conocida, Little Lord Fauntleroy (El pequeño Lord, 1885), es precisamente el contraste entre la república liberal estadounidense y el conservador reino inglés –y la búsqueda de una reconciliación de largo plazo. Esa novela ha sido adaptaba al cine y la TV docenas de veces, en EUA, Inglaterra (¡y Rusia!, Радости и печали маленького лорда, Radosti i pechali malenkogo lorda/Las alegrías y tristezas de un pequeño señor, Liga 3).
Hoy quiero recomendarte la versión más conocida, que data de 1936, dirigida por John Cromwell, y que fue estelarizada por dos de los niños-estrella del Hollywood previo a la Segunda Guerra Mundial: Freddie Bartholomew y Mickey Rooney. Puedes verla en YouTube en Inglés (Liga 4) ó doblada al Castellano (Liga 5).
Resumo la historia. Un duque inglés explotador y miserable –el Earl of Dorincourt– descubre con horror que su casa ha quedado sin heredero. El último descendiente varón es un niño, procreado en América por su tercer hijo (un capitán británico que prefirió morir en Nueva York que reproducir las tradiciones rancias de su estamento). El niño se llama Cedric Errol (interpretado por un Bartholomew de 12 años) y ha sido criado por su madre viuda (una americana independiente y culta, de la misma clase media al borde del desastre financiero que la novelista). La crianza del chico incluyó amistades callejeras –entre las que sobresalen una nana angloamericana (Mary), el dueño de la miscelánea (Mr. Hobbs, republicano come-aristócratas), la señora que vende fruta en la calle y el bolerito (Dick, interpretado por un Rooney de 16 años). La novelista deja muy claro que ese es el universo original (y permanente) del muchacho.
El duque obliga a la madre a llevar al nieto a su castillo en Inglaterra; pero pretende criarlo separado de la madre. El muchacho se gana el corazón del viejo amargado; pero más importante: se gana el cariño de la servidumbre actuando como lo que él entiende que es una persona normal –es decir, como un ciudadano en una sociedad de iguales. Esta infusión de igualitarismo en el trato y de no-non sense al enfrentar problemas sorprende al abuelo (así como a sus arrendatarios campesinos y al párroco radical del pueblo). El mensaje es obvio: Merry Old England haría bien en “recordar” sus orígenes verdaderamente liberales trayéndolos desde la aún limpia sociedad estadounidense (que aparte, acaba de purificarse con la Guerra Civil).
Pero nuestra Frances no podía quedarse allí. Después de todo, el formato de la novela era de folletín y requería un poco más de drama y aventura. Otro niño aparece para reclamar el ducado –al parecer hijo del primogénito del viejo duque. El segundo muchacho (Tom, interpretado por un Jackie Searl de 15 años) es todo lo contrario a Cedric: tonto, glotón, abusivo. Mr. Hobbs (el vendedor republicano) y Dick (el bolerito) salvan la situación pues, enterados por la prensa de Nueva York del litigio entre los dos pequeños Lords Fauntleroys –reconocen a la madre de Tom y descubren que Tom… ¡es hijo del hermano de Dick!
No hay spoiler cuando el desenlace es tan sonso e imposible… Es obvio que la novelista deseaba que fuesen los Americanos quienes resolviesen la trama general y que las buenas gentes de la sociedad igualitaria se asentasen en la vieja Inglaterra. La película de 1936 se repantiga en la agencia estadounidense. Nos muestra al viejo duque y a Mr. Hobbs conversando: la simplicidad del segundo nos descubre la tontería de los privilegios de casta que alega el primero. El director Cromwell (haciendo honor a su apellido) inserta incluso un chiste republicano: en una elegante fiesta Hobbs señala a una señorona fifí que Cedric resultó muy buen lord, será mejor duque y hasta podrían elegirlo rey.
Hogdson-Burnett, quien murió en 1924, habría estado contenta con una de las imágenes icónicas de la película de 1936 dirigida por Cromwell. Allí vemos a Cedric junto a su amigo Dick, sucios luego de una pelea contra los malos del barrio. En 1945 Inglaterra y los EUA salieron victoriosos de una buena pelea contra el fascismo. Todo está conectado. La necesidad del republicanismo en Inglaterra sigue presente en la cinematografía angloamericana. Algún día te contaré de esto, lectora, cuando te kino-reseñe Hyde Park on Hudson de Roger Michell (2012).
Ligas usadas en este texto :
Liga 1 :
Liga 2 :
https://digital.library.upenn.edu/women/burnett/lass/lass.html
Liga 3:
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