Federico Anaya Gallardo
Las y los mexicanos no sabemos quién fue el general Andrew Jackson (1767-1845), el séptimo presidente de los EUA. Pero deberíamos interesarnos más en él. Él gobernaba en Washington DC cuando los colonos angloamericanos se rebelaron en la Texas mexicana y él se aseguró que los filibusteros recibiesen armas, municiones y voluntarios. Pese a esa ayuda, los mexicanos ocuparon todo Texas y vencieron a los rebeldes –quienes huyeron hacia la Luisiana estadounidense. Irresponsable como pocos, el general-presidente Santa Anna se descuidó y en abril de 1836 Sam Houston lo venció y capturó en San Jacinto. El líder mexicano, aterrado ante la posibilidad de ser linchado por los milicianos-filibusteros texanos, ordenó al resto de sus comandantes que evacuaran Texas. (Y lo terrible es que esos comandantes obedecieron las órdenes de un presidente prisionero.)
Como “premio” al servicio de Santa Anna, Houston lo cargó de cadenas y lo mandó por tierra a Washington DC. A orillas del Potomac, el presidente Jackson lo presionó no sólo para que aceptase la victoria de los rebeldes, sino para que regresara a México a convencer a nuestro congreso de reconocer la independencia texana. La anécdota de este encuentro entre un presidente mexicano encadenado y un líder estadounidense es interesante. En el número de Septiembre 2003 de LetrasLibres, el historiador Luis Fernando Granados nos señaló que en aquéllos tiempos (es decir en las dos décadas que van de 1830 a 1850) los observadores internacionales no sabían bien a bien cuál de las dos repúblicas (la mexicana y la estadounidense) lograría vencer si había una guerra entre ellas. El añorado Luis Fernando escribió que el enfrentamiento entre México y los EUA se dio entre “dos jóvenes Estados protomodernos que, al mediar el siglo XIX, estaban todavía muy lejos de haberse asegurado la lealtad irrestricta de sus súbditos”. (Liga 1.) Cierto: ambas repúblicas aún deberían enfrentar –cada una por su lado pero en la misma década (los 1860s)– una sangrienta guerra civil para aclarar esos asuntos.
Por eso importaban é impactaban tanto el liderazgo de Jackson, por una parte; y por la otra, la irresponsabilidad y la cobardía de Santa Anna. ¿A qué presidente se le ocurre ir él mismo al frente de batalla? Y una vez capturado, ¿a qué patriota decente se le ocurre ordenar la retirada de sus tropas para salvar su pellejo? Enrique Serna, en su biografía El Seductor de la Patria (1999) nos presenta un retrato complejo del tipo empezando por su simpática adolescencia y brava juventud. En 2000, Felipe Cazals estrenó su película Su Alteza Serenísima adonde nos muestra al viejo dictador en sus últimos años. Pero esa es otra historia, que ya te reseñaré en otra ocasión, lectora.
Hoy quiero contarte del contrincante de Santa Anna y de cómo Andrew Jackson fue retratado en dos películas del Hollywood clásico, una de 1938 y otra de 1958. Luis Fernando Granados diría que ambos filmes sirvieron para establecer el canon patriótico con el cual el ya maduro Estado estadounidense modeló a su imagen y semejanza a los personajes de su pasado, imponiendo sobre su ciudadanía una narrativa oficial acerca de quién es héroe y quién es villano.
Los dos filmes llevan el mismo título: The Bucaneer (El Bucanero) y se basan en Lafitte the Pirate, una novela de Lyle Saxon (1891-1946) publicada en 1930. Los dos fueron producidos y dirigidos por Cecil B. DeMille (1881-1959) –uno de los padres fundadores del cine estadounidense. (El yerno de DeMille, Anthony Queen, actúa en la primera como una pirata mexicano y asistió a su ya muy enfermo suegro en la dirección de la segunda.)
La vida, escritos é influencia de Saxon merecerían otra kino-reseña. Si lees su biografía en la Wikipedia inglesa, encontrarás un paralelo fascinante con el carácter del periodista Jack Burden interpretado por Jude Law en la película All the King’s Men (Steven Zaillan, 2006). Pero esa historia también habré de contarla en otra ocasión.
Lyle Saxon fue un periodista-novelista-cronista enamorado de Luisiana. Impulsado por el amor propio de un hijo ilegítimo al que se despreciaba en la buena sociedad luisianense, Saxon se propuso rescatar elementos de la historia de su Estado –específicamente de Baton Rouge (adonde lo crió su madre soltera) y de Nueva Orleans (adonde tuvo éxito profesionalmente).
Uno de los personajes que Saxon elevó al panteón de la crónica luisianense fue Jean Lafitte –un pirata de origen francés que operó en todo el circuncaribe entre 1793 y 1826. Acaso es mejor llamar a Lafitte corsario, pues muchas de sus correrías las hizo bajo bandera de alguna de las potencias de la región. Las banderas a las que sirvió nos dan una idea de su carácter en aquélla época de revoluciones globales. Hacia 1812 apoyó a los insurgentes mexicanos en las costas texanas y tamaulipecas. Hacia 1825 navegaba bajo la bandera de Gran Colombia hostigando a los piratas españoles con base en Cuba.
El Lafitte de Lyle Saxon también es un héroe estadounidense –pues en enero de 1815, cuando los británicos invadieron los EUA, el corsario aportó 366 cañones con munición y pólvora, 500 artilleros y mil infantes de marina que tenía apostados en los pantanos al sur de Nueva Orleans –en un espacio que él llamaba Reino de Barataria… ¡señal de que nuestro corsario leía a Cervantes! (Y que se entendía a sí mismo como Sancho Panza, el humilde que gobernará con justicia.)
Saxon en su novela cuenta cómo se cruzaron las biografías del corsario Lafitte y el general Jackson. Así las cosas, querida lectora, podemos imaginar por qué, en 1938, la novela le pareció interesante a DeMille. Éste ya era famoso por sus filmes de vaqueros como The Virginian (1914), épicos como Juana de Arco (1916), de fantasía como The Devil-Stone (1917), bíblicos como Los Diez Mandamientos (1923, con remake de 1956), ó de aventura juvenil como This Day and Age (Juventud Manda, 1933). Imagino que a DeMille le pareció irresistible llevar a la pantalla la historia de un pirata-héroe que –aparte de todo– salvó a los EUA de un desastre militar (la ocupación británica de Nueva Orleans).
Contexto: La Luisiana acababa de ser adquirida en 1803 por los EUA. Lo más importante era el inmenso y fértil valle del Mississippi –que se desarrollaría en medio siglo siguiente. Pero una victoria británica en el puerto de Nueva Orleans, que dominaba la desembocadura del gran río habría detenido cualquier explotación seria del territorio. Para entender esto, hay que revisar lo que nos enseña Pedro Salmerón. (Liga 2.)
En la versión 1938 de El Bucanero (que en Castellano se conoció también como Corsarios de Florida) Lafitte es interpretado por Frederic March (1897-1975) y Jackson por Hugh Sothern (1881-1947). La película inicia lejos de Luisiana: vemos a Dolley Todd de Madison, la primera dama yanqui, cenando en la Casa Blanca. A medio banquete les avisan a los elegantes comensales que los británicos están atacando Washington DC, que han incendiado el Capitolio y que están por atacar la residencia presidencial. Madam Madison (interpretada por Spring Byington, 1886-1971) ordena quitar de su marco un retrato del general Washington y rescata la copia original del Acta de Independencia… abrazando ambas joyas, monta en un carruaje y huye. (De ese tamaño eran las derrotas estadounidenses en esa guerra.)
DeMille nos muestra cómo los británicos entran a la Casa Blanca, cómo se sientan a la mesa y se terminan el banquete de sus odiados anglo-republicanos. (Recuerda las fechas, lectora: Inglaterra acababa de vencer a Napoleón al frente de una coalición monarquista.) Luego de zamparse la cena de los republicanos derrotados, un general inglés ordena prender fuego a las cortinas de la residencia para que todos los edificios públicos sean destruidos.
En estas escenas iniciales DeMille nos revela al villano de la peli. Se trata de Crawford, Senador por Luisiana (interpretado por Ian Keith, 1899-1960) quien está apoyando a los invasores. Crawford es quien les recomienda buscar la alianza de Lafitte para conquistar Nueva Orleans y quien les avisa que al frente de la defensa del puerto está un general de milicias llamado Andrew Jackson con menos de dos mil hombres –y sin suministros de guerra. Puedes ver este filme en Odnoklassniki.ru en la Liga 3. (Inglés sin subtítulos.)
En contraste, la versión de 1958 elimina las escenas de la caída de Washington DC y abre con una bella escena en la que vemos a un adolescente vestido con un uniforme militar que le queda grande y cargando a duras penas un mosquete más alto que él. Está de guardia, en medio de la niebla en los bayous y pantanos que rodean Nueva Orleans. De pronto, se le acerca un perro y el chico suelta el mosquete y le ofrece un mendrugo de pan. Mientras está en eso, un hombre alto, con abundante pelo blanco y cubierto con un largo capote negro recoge el rifle del muchacho y le grita. Casi lo mata del susto. El centinela pregunta al hombre si es británico. “—Si lo fuera ya estarías muerto”. El hombre le hace conversación, le devuelve su mosquete al chico y le ordena vigilar mejor. Mientras se retira, el muchacho le pregunta cuánto tiempo ha estado con El Viejo Halcón (Jackson). El hombre le responde: “—Yo soy El Viejo Halcón”. “—¿El mismísimo Andy Jackson?” pregunta asombrado el chico. “—Sí. Yo mismo me asusto a veces… Pero ahora podré dormir porque tú estarás vigilando.” Puedes ver esta versión en el mismo sitio que la previa (Liga 4.)
En 1958 Jackson es interpretado por Charlton Heston (1923-2008) quien ya era famoso por su Moisés en el remake de Los Diez Mandamientos de DeMille. Junto a Jackson/Heston, Jean Lafitte fue interpretado por Yul Brynner (1920-1985), el Ramsés II que confrontaba al gran profeta judío. En el nuevo Bucaneer lo más inesperado es ver a Brynner con pelo, pues el actor nacido en Vladivostok y de orígenes buriatos había aparecido calvo en tanto en el éxodo demilleano como en El Rey y Yo (Walter Lang, 1956).
Aunque ambas versiones vienen de la mano de DeMille y fueron inspiradas por la novela de Saxon, la segunda versión es más corta. En los 1950s de la Guerra Fría Hollywood no deseaba subrayar la traición de un senador luisianense ni que la batalla de Nueva Orleans fue contra Inglaterra. Así que Queen y DeMille eliminaron varias escenas: el incendio de DC, la oferta británica de aliarse con Lafitte y las grillas del senador Crawford. Esto eliminó también escenas circenses, como el duelo de espadachines en que Lafitte mata a Crawford en 1938. Los detalles y el circo estaban bien antes de la Segunda Guerra Mundial. En la Guerra Fría el centro de la narración pasa de Lafitte a Jackson –el general popular que salvó a EUA de la reconquista británica.
Cosa extraña, las dos versiones rescatan la ilusión de los corsarios del Golfo y el Caribe de encontrar una patria a la cual servir permanentemente. Este tema ha sido abordado por series modernas como Black Sails (Steinberg & Levine, 2014-2017). En El Bucanero de 1938 hay incluso una larga escena en que los piratas de Barataria aprenden a cantar el Yanqui doodle. En El Bucanero de 1958, Lafitte llega apenas a tiempo para reforzar las líneas de Jackson mientras empieza el bombardeo británico y vemos cómo nace la camaradería entre los milicianos campesinos de Jackson y los piratas. En ambas versiones los bucaneros son integrados a la Federación estadounidense aunque su capitán deberá exilarse por una última cuenta pendiente que, aparte, le romperá el corazón. Saxon era un escritor romántico, querida lectora, pero no hago spoiler de esta parte de las películas. Vélas.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
https://letraslibres.com/wp-content/uploads/2016/05/pdf_art_9020_7152.pdf
Liga 2:
https://www.jornada.com.mx/2012/06/16/opinion/022a1pol
Liga 3:
https://ok.ru/video/1114647890434
Liga 4:
https://ok.ru/video/1021750282754