Por: Marcela Loyola /Exclusiva
Hace 24 años, pagó 200 dólares para cruzar de manera ilegal a Estados Unidos y perseguir el sueño americano. Permaneció como indocumentado, renunció a ver a sus hijas y, durante todos estos años, solo pudo conocer a sus nietos por videollamadas.
Armando Galarza, trabajador de la construcción, podría ser el primer potosino deportado por Donald Trump… o, al menos, el primer caso documentado. Fue uno de los primeros potosinos en vivir en carne propia las consecuencias de una gestión de gobierno marcada por el racismo. Fue deportado en un operativo en el que al menos 20 indocumentados más fueron detenidos.
Apenas habían transcurrido 24 horas desde que el presidente Donald Trump asumió nuevamente el poder, cuando llegó la redada que no esperaba. Elementos de ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas, por sus siglas en inglés), de la DEA (Administración de Control de Drogas), del sheriff y hasta del ejército irrumpieron en la obra en construcción donde, cada mañana, una cuadrilla de 40 trabajadores, en su mayoría mexicanos, laboraba para construir viviendas.
“México no está preparado para recibir a los migrantes repatriados. No tiene albergues equipados y, en lugar de ayudar a los connacionales deportados, los extorsionan y no les entregan la tarjeta del Bienestar prometida por el Gobierno Federal”, relata Armando sobre sus primeras horas tras su regreso forzado a tierras mexicanas.
21 de enero: la redada que no esperaba
El 21 de enero, Armando despertó como cada día a las 5 de la mañana, se preparó su desayuno y su lonche. Se vistió con su pantalón de mezclilla, botas y una camisa para dirigirse a su trabajo en el Condado de Harris. Nunca imaginó que estaba a punto de vivir una de las “peores experiencias” de su vida, la cual cambiaría su destino de manera radical en menos de 48 horas.

La redada llegó disfrazada de un operativo para capturar a un presunto delincuente, pero en realidad buscaban migrantes indocumentados. Al ver a tantas personas en ese centro de trabajo, “los agentes solicitaron los papeles a todos… yo no tenía mi visa”.
“Desafortunadamente, me encontraron una INE que había tramitado en el Consulado Mexicano. En ella decía que soy mexicano, pero con domicilio en Houston. (…) Éramos como 20 indocumentados y nos empezaron a esposar de inmediato”.
Confiesa que, tras haber sobrevivido al primer periodo presidencial de Trump, nunca esperó que las redadas llegaran tan cerca.
Intentaron defenderse, señalando que “si solo buscaban a una persona acusada de asesinato, a ellos los dejaran ir”. Pero un agente les respondió: “El crimen lo cometieron en el momento en que ingresaron al país sin documentos. En ese instante, ustedes se convirtieron en criminales y se acabó”.
De inmediato, a los aproximadamente 20 detenidos los trasladaron al centro de detención, donde permanecieron un día y “ni siquiera nos dieron de comer”. Al llegar, fueron procesados y puestos a disposición del ICE, donde les dieron dos opciones:
La primera, firmar su deportación voluntaria y regresar a sus países de origen al día siguiente.
La segunda, pelear la deportación, pero con el riesgo de permanecer detenidos por varios meses.
22 de enero: Para ya no volver jamás…
El 22 de enero, Armando fue presentado ante un juez junto con otros 50 inmigrantes. Ya no había rostros conocidos, solo historias anónimas. “Te ponen enfrente a un monitor y te presentan, firmas tu deportación voluntaria. En ese papel te dicen que no puedes volver jamás, que no tienes derecho a regresar nunca. Aunque yo solicite una visa, nunca me la van a dar”, relata.
Esa misma noche, fue deportado. Lo subieron a un autobús, “estaba esposado como delincuente, con cadenas y grilletes, apenas puedes caminar”. La amenaza era clara: si intentaban regresar, serían detenidos por un mínimo de dos años antes de ser deportados nuevamente. “Me dijeron que ya no va a ser como antes, que los agarraban y los deportaban 10, 15 veces… ya no”, concluye.
23 de enero: Enfrentar a la migra mexicana con miedo, incertidumbre y tristeza
Armando regresó en un autobús junto con 50 inmigrantes de distintas nacionalidades. Viajaron durante cinco horas en pleno frío de enero, incómodos y agotados. A las 3 de la mañana del 23 de enero, llegaron a Nuevo Laredo. Los bajaron esposados, aún con las cadenas, y los obligaron a caminar hasta la mitad del puente, justo donde termina Estados Unidos y comienza México. Ahí les retiraron las esposas y se aseguraron de que cruzaran la frontera, donde los recibió la migra mexicana. “Nos pidieron documentación, unos tenían, otros no”, recuerda.
“Presenté mi pasaporte, matrícula consular y mi INE, y el agente aduanal que me recibió me dice: ‘Oye, tú no pareces mexicano’”, cuenta indignado. En ese momento, lo separaron del grupo. Esperó una hora antes de ser llevado ante un superior, quien repitió la misma frase: “Tú no pareces mexicano”, y luego intentó extorsionarlo para permitirle entrar al país. “Le pregunté por qué insistía en eso, y entonces me pidió dinero”, narra molesto.
A pesar de presentar documentos que confirmaban su nacionalidad, tuvo que explicar cómo fue deportado y reiterar que todo ocurrió tan rápido que “no traía nada más que lo que llevaba puesto”. Se negó a pagar un soborno y finalmente lo dejaron pasar, pero sin entregarle ningún documento ni beneficio de repatriación.
Los repatriados llegan con miedo… “En México no hay apoyo para recibirnos”
El 23 de enero, la migra mexicana —como él la llama— llevó a Armando y a otros repatriados a un albergue en Laredo, México. Sin embargo, el lugar era solo un auditorio vacío: “No había absolutamente nada”, recuerda. No había camas, colchonetas, sillas, bancas, ni cobijas, nada que les ayudara a sentirse un poco mejor en ese momento de cambio radical en sus vidas.
A los repatriados no les proporcionaron abrigo, ni mantas, a pesar del intenso frío que se sentía en la frontera. Tampoco había calefacción en las oficinas gubernamentales, lo que aumentaba la sensación de abandono. Ya en suelo mexicano, Armando se encontró en la misma situación que hace 24 años: solo con 200 dólares en la bolsa, la misma cantidad que le cobró el coyote para cruzar en aquel entonces.
“El gobierno federal no está preparado para recibirnos”, afirma con frustración. “Entonces, tenía como 200 dólares en la bolsa y mejor tomé un taxi a la central de autobuses y luego un autobús a San Luis Potosí. Mi familia está aquí en San Luis, llegué a casa de una hermana”, relata.
El regreso estuvo marcado por la incertidumbre y la preocupación por lo que vendría. “Se dice que hay asaltos, que la situación está difícil, que el gobierno ha perdido el control… ¿Cómo puede ser posible?”, se pregunta entre decepcionado y desesperado.
24 de enero: Entre la depresión y la voluntad de seguir adelante
El 24 de enero, Armando ya estaba en San Luis Potosí. La deportación le provocó una profunda tristeza los primeros días; se sintió desorientado y sin ganas de hablar con nadie. Sin embargo, esa perseverancia que caracteriza a los migrantes lo impulsó a seguir adelante. Comenzó a tramitar su INE con domicilio mexicano, su licencia de chofer y su acta de nacimiento. También aprovechó para reencontrarse con sus hijas y conocer en persona a sus nietos.
Con más ánimo, acudió a las oficinas del Instituto Nacional de Migración (INM) y al módulo del municipio de San Luis Potosí en busca de apoyo, pero no obtuvo ninguna respuesta favorable. En la Coordinación Municipal de Migración lo canalizaron con una funcionaria del INM, quien le informó que, al llegar a Nuevo Laredo, debieron haberle entregado una tarjeta del Bienestar con 2 mil pesos y haberlo canalizado a un albergue. “El albergue sí lo vi y no tenía nada, pero nunca me dijeron nada de esa tarjeta”, respondió.
Al día siguiente, la misma funcionaria le explicó que, por ya estar en San Luis Potosí, no tenía derecho al apoyo. Armando solo pudo expresar su frustración: “Esa fue la bienvenida que me dio México… la extorsión al intentar entrar a mi propio país. Es ridículo. Bueno, pues gracias por nada”, dijo antes de colgar.
El 25 de enero, acudió al Instituto Estatal de Migración y finalmente encontró apoyo. “Ahí sí me ayudaron. Ahora ya estoy trabajando. Soy operador de maquinaria pesada, pero no estaba certificado porque no tenía documentos. Me ofrecieron certificarme para acceder a un mejor empleo. También me están ayudando a obtener mis certificados de primaria y secundaria. Hay más cosas en las que me van a apoyar”, dice con confianza.
Volver a empezar… pero ahora a los 63 años
Con la deportación, Armando perdió todo lo que había construido en Estados Unidos. Su camioneta Ford Expedition 2015 quedó estacionada afuera de la obra donde trabajaba, pero como lo deportaron con las llaves, seguramente la grúa ya se la llevó y ninguno de sus conocidos o amigos podría recuperarla. La renta de su departamento vencía el 1 de febrero, lo que significa que ya fue desalojado junto con todas sus pertenencias. “Perdí aproximadamente 35 mil dólares entre el carro y mis cosas, y no puedo regresar. Ahora estoy empezando de cero… otra vez, a los 63 años”, dice con un nudo en la garganta.
A pesar de las lágrimas que parecen asomar en sus ojos, intenta encontrar esperanza. Vuelve a caminar por las calles de San Luis Potosí, reconoce los cambios, pero también se aferra a los recuerdos. El jardín de San Francisco lo transporta a su juventud, cuando paseaba con su novia, y por un momento, la nostalgia le devuelve una sonrisa.
Por fortuna, durante los más de 20 años que vivió en Estados Unidos, logró ahorrar lo suficiente para comprar una casa en San Luis Potosí, la cual tenía en renta. Sin embargo, deberá esperar dos meses para recuperarla y dejar la casa de su hermana. “Porque el muerto y el arrimado, a los tres días apestan”, dice con preocupación.
La licenciada que le arrancó las lágrimas
Armando agradece a una empresaria potosina que le ayudó no sólo a conseguir empleo, sino también por un gesto de generosidad que le conmovió hasta arrancarle algunas lágrimas, a pesar del férreo carácter que la vida le ha forjado.
“Me canalizaron con la licenciada. La entrevista fue un jueves y el sábado ya estaba trabajando. El día que la conocí le platiqué mi historia y mi travesía, y la Licenciada supuso (y supuso bien) que dinero yo ya no traía, y me dio dinero para que tuviera algo en la bolsa. No los quería agarrar porque yo no estoy acostumbrado, siento que eso es como una caridad, pero no pude evitar las lágrimas. Ella insistió y los acepté, me ayudaron muchísimo”, se mostró nuevamente agradecido.
La licenciada -como él la llama- lo recibió en sus oficinas gracias a la recomendación de una persona que le pidió directamente a la licenciada si podía recibirlo.
Se entrevistó con ella el jueves 30 de enero, “siempre se portó muy amable, una mujer empática, dispuesta a resolver… dos días después, para el 31 de enero, ya tenía empleo”, recuerda con gratitud. La licenciada me dio la bienvenida a México y a San Luis Potosí, sus palabras fueron: “Bienvenido a casa”.
Armando ya tiene más de una semana laborando en San Luis Potosí. “De donde menos esperaba apoyo, lo tuve. Ya estoy trabajando, las cosas van mejorando. Claro que perdí todo, pero yo no puedo estar esperanzado a que se me den cosas, sino yo voy a buscarlas y es lo que estoy haciendo”, afirma con determinación.
Hoy, Armando ha comenzado a vivir el inesperado sueño mexicano en la tierra que lo vio nacer, demostrando que la esperanza y la voluntad pueden florecer incluso en los momentos más difíciles.

