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Jorge Ramírez Pardo

Aguzar la mirada

Hace días, mostré la foto que antecede este escrito a personas de mirada aguda, dos entre cinco son fotógrafos. Todos son visitantes asiduos del Centro Histórico de la capital potosina y lectores recurrentes de textos históricos. Solo una supo de qué lugar se trataba.

En la foto aparece, contra un cielo azul matizado con nubes, el basamento y la columna neoclásica que remata con la escultura de un águila con las alas abiertas sobre un globo; todo el conjunto en piedra de cantera. El águila componente del escudo nacional durante la época porfiriana. Ese conjunto monumental se ubica en el la plaza/jardín de San Juan de Dios.

Ver hacia las alturas o desde las alturas permite nuevas perspectivas y reflexiones. Como sucede con ese trío de niñas –en la segunda foto que acompaña este escrito- quienes miran la misma columna con la escultura mencionada desde la terraza del Museo Federico Silva, en el perímetro norte de la misma plaza/jardín. Poder mirar desde esa terraza requiere un desembolso de 30 pesos y de 15 con algunas variantes. Sólo el acceso es gratuito algunas horas de las mañanas de domingo.

Vivir nuestro Centro Histórico

En contraste con los varios museos semivacíos, de escasa y monótona oferta; desde cuando en torno al primer cuadro de la ciudad se ampliaron los espacios peatonales (el perímetro de la Plaza de Armas y calles que ahí desembocan, Zaragoza y las ubicadas frente a los templos, convertidas en andadores y atrios), caminar por esos espacios, pasear y jugar en ellos, es un hecho consumado.

Vale agregar,  si se suma a la siempre peatonal calle Hidalgo, al paso frente al Palacio Municipal, la calle Zaragoza, el Jardín Colón, la Calzada de Guadalupe y la pequeña plaza con fuente que antecede el Santuario de Guadalupe, no solo estamos ante uno de los más grandes andadores peatonales de Latinoamérica, sino en uno de los mejor dotados de elementos arquitectónicos y escénicos de valía, pese a espacios trastocados y empobrecidos a causa del cambio de uso de suelo voraz  y anti estético en favor de la rentabilidad.

Entre las peores aberraciones de ese tipo des-luce un tendejón departamental en la esquina de Iturbide y Zaragoza, como siniestro es el uso que se dio al inmueble de la que fuera tienda, también departamental, La Exposición, en la convergencia de las calles Hidalgo y Álvaro Obregón.

Pese a ello, ese andador, eminentemente comercial en los segmentos de las calles Hidalgo y Zaragoza, contiene vestigios de arquitectura francesa y, en Calzada de Guadalupe, un andador peatonal de cantera con árboles frondosos y un señorío palaciego con armonía.

En el Centro Histórico,  acrecienta su valía e invita a paseo en el conjunto de plazas otrora con abundancia vegetal al punto de recibir de Alexander von de Humboldt el calificativo de “La ciudad de los jardines”. Hay menos jardinería que hace 200 años, pero quedan vestigios suficientes con relieve particular en el Jardín de San Francisco y en la Alameda (entonces inexistente).

Estatura y enfoques

Lector, no dejes de mirar hacia las alturas; los cielos potosinos deparan sorpresas. Te toparás con poemas visuales celestes, pero también con arquitectura y obras de arte que les enmarcan y realzan. Te recomiendo cruces tu mirada con la del dios Mercurio ubicado en lo alto del edificio en la esquina norte/poniente de la Plaza de Armas. Si vas de la misma plaza a la calle de Zaragoza, en su primera cuadra te encuentras una balconería exquisita y vigorosa; en la esquina de Bolívar, no dejes de buscar, en la siguiente esquina del lado derecho, un ático o portal volado; disfruta las estructuras palaciegas aún en pie y más adelante, pero en el flanco izquierdo y la mirada hacia las cornisas te puedes topar con una gárgola, acaso inspira en las traviesas que se asoman desde las alturas de la Catedral de Notre Dame en París.

Fiesta en la calle

La música, las representaciones escénicas y el baile en la calle, ya son un hecho continuo en el Centro Histórico, de manera remarcada en las que confluyen a la Plaza de Armas o Jardín Hidalgo y sobre la Calle de Zaragoza. Hay baile de salón los viernes por la tarde frente al Palacio Municipal, música huasteca o estudiantinas a un costado de Catedral; la escultura del Señor de las Palomas concita “selfies”, pero también las esculturas humanas “camuflajeadas” de apariencia de bronce en diversos puntos de convergencia de paseantes.

Es un hecho generoso que sitios de exposición, como los hoy opacos del Municipio y los espléndidos y atrayentes del Centro Cultural Caja Real y el patio del Edificio de Rectoría de la UASLP, sean gratuitos y se preocupen por dar al visitante elementos evocativos.

Mucho se avanzaría si la visita a los museos, además de obsequiar el ingreso, genera actividades imaginativas y lúdicas para cultivo del espíritu y reflexiones proclives a la reconstrucción del tejido social tan sobajado. Necesario también renovar guiones y diálogo y coordinación entre ellos.

A más de cuatro años y medio del inicio de la actual administración, la muy obesa y sobre-asalariada estatal Secretaría de Cultura, pareciera no entender el papel que puede y debe tener en tal sentido.

Mucha de la grandeza de México está en sus herencias artísticas e históricas, pero la educación para el aprecio y conservación de esos haberes no llega por gravedad como la lluvia; empero, transitar por espacios artísticos y emblemáticos y recrearse en ellos es un avance; mirar hacia arriba no sólo alinea la columna vertebral, ensancha las posibilidades perceptivas y puede mover la voluntad para recambios.

Una movilidad tan urgente como deseable, es la remoción de cuadros directivos en la citada secretaría y el relevo generacional.

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