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Opinión

Ver para pensar: El Principado en celuloide (Augusto)

Federico Anaya Gallardo

Al asesinar a César los oligarcas mataron al líder de un partido, pero ese partido seguía existiendo. Y estaba armado. Los soldados de las legiones se sabían ciudadanos, provenían de las clases populares y conocían a sus generales. En los cien años previos habían aprendido que el único modo de mejora social era el servicio de las armas. Por eso las masas populares saquearon las casas de los asesinos y usaron sus muebles para cremar a César en el Foro. Luego elevaron un altar en lugar. Cayo Julio César se había vuelto Divus Julius, el Dios Julio. (No fue el primero sería ni el último, recuerda a Alejandro de Macedonia y al ciudadano Bonaparte, lectora.)

Ese evento causó escándalo en su tiempo. En su Primera Filípica, párrafo 5, el oligarca Cicerón criticó como una “herejía” que el Pueblo hubiese levantado un monumento al líder asesinado. A las masas que cremaron a César, Cicerón las llama audacis sceleratosque servos (audaces y malvados esclavos) é impuros et nefarios liberos (libertos impuros y nefastos) y al monumento que levantaron le dice exsecratae columnae (columna maldita, columna abominable). (Puedes revisar las Filípicas en Latín y Castellano en la Liga 1.)

Ese evento seguía causando escándalo en tiempos de Shakespeare. En 1599, en su Julio César, el Bardo nos muestra a los asesinos de César reunidos en el Foro junto a Antonio. Ambas facciones han aceptado que se haga un funeral al líder caído. Los populares temían un ataque de los oligarcas. Antonio se para ante el cadáver de César. Y dice al Pueblo que si los asesinos dicen que César era un tirano, acaso sea cierto… For Brutus is an honourable man; so are they all, all honourable men. (Pues Bruto es un hombre honorable y todos quienes le acompañan son honorables personas.) Antonio usará esta muletilla para tranquilizar a los asesinos, pero también recordará al Pueblo todos los beneficios que les trajo César. La gente entendió y, al final del discurso, las masas fueron a las casas de los asesinos, rompieron las puertas y se llevaron los muebles al foro –para alimentar la hoguera de su líder.

La liga entre los líderes que cumplen sus promesas al Pueblo y las masas sigue causando escándalo en nuestros tiempos. Míra cómo los oligarcas venezolanos siguen llamando “cesariano” al régimen chavista. ¿Sabrán, esos hombres honorables como Bruto, que en el fondo están elogiando al sistema que critican?

Hoy quiero recomendarte, lectora, una larga película de la RAI (Radiotelevisione Italiana) que se transmitió por TV en los años 2002 y 2003. Se titula Augustus: The First Emperor (Augusto, el primer emperador) y la puedes ver completa (2 horas 48 minutos) en YouTube gracias a Manoela Fernandes Dos Santos. (Liga 2.)

De entrada, el director Robert Young nos muestra a un viejo Cayo Octavio (luego César Octaviano, y finalmente César Augusto) atravesar las estrechas calles de Roma, camino del Foro. Este Augusto viejo es interpretado por el entonces septuagenario Peter O’Toole (1932-2013). El casting es perfecto. Si en 2003 la RAI hubiese tenido a mano los actuales efectos de inteligencia artificial acaso habríamos podido ver a O’Toole interpretar también a Augusto joven. (Te comparto dos imágenes del actor británico, una en su primera juventud y otra en su ancianidad para que lo imagines más gráficamente.)

Para que veas cómo pudo ser el Octavio adolescente que sucedió legalmente a César en el año 44 aC, ve a la serie Roma (HBO, 2005-2007, disponible en Amazon Prime) adonde el político es interpretado en la primera temporada por el inglés Mark Pirkis (n.1989) que entonces tenía 16 años. Pirkis nos muestra al adolescente riquillo y mimado pero con un poderoso instinto político. Parecería que es el único que comprende a su tío-abuelo, Cayo Julio César.

En el Augusto de Young para la RAI, Augusto/O’Toole le explica a su hija Julia (Vittoria Belvedere) cómo es que él conquistó el poder. El director usa flashbacks para ilustrar esa narración y así vemos a Augusto joven (cuando aún se llamaba Octavio) partir a Hispania para apoyar a su tío-abuelo en la última campaña contra los oligarcas. El actor que interpreta a ese joven Augusto es Benjamin Sadler (n.1971) quien entonces tenía 31 años.

El efecto no es el mismo que en Roma de HBO… ó que en la Roma histórica: el inesperado golpe de nombrar a un adolescente como sucesor causó sensación en 44 aC porque el muchacho, ahora llamado Cayo Julio César Octaviano, resultó ser un Estadista precoz. Demostró la capacidad y el coraje para ocupar el espacio del tío-abuelo y las legiones lo adoptaron como su padre maravilladas de encontrar en un chico una especie de reencarnación del líder asesinado. Esta excentricidad histórica es difícil de aceptar, pero los enemigos de Octaviano nos dejaron registro de los varios artilugios que el joven usó para aparentar mejor. El más ridículo, ponerle plataformas altas de corcho a sus sandalias para parecer más alto.

En esta época de gerontocracias (Biden tiene 80 años, Putin 70, AMLO 69… el juvenil Trudeau 51), imaginar a un líder exitoso de 19 años es muy difícil. HBO tenía en Pirkis al intérprete pequeño –pero les pareció demasiado infantil y lo sustituyeron con el británico Simon Woods (n.1980) de 27 años. Para quienes hemos repasado algunas de las fuentes del periodo, esto fue un error.

En el caso del Augusto de la RAI, este error de casting es peor. Pero hay que perdonárselos porque, en compensación la historia que nos relata es mucho más completa y compleja. Primero, Young nos muestra que una de las fortalezas de Octaviano fue forjar un círculo íntimo de personas que realmente compartían el sueño cesariano de una República que incluyese a populares y oligarcas en igualdad. La larga película para TV describe en detalle a Marco Vipsanio Agripa (el amigo soldado rudo, interpretado por Ken Duken) y a Cayo Mecenas (el amigo intelectual afeminado, interpretado por Russell Barr). Agripa aseguró el control del ejército (Octavio siempre tuvo mala salud y no podía batallar como César). Mecenas organizó una intelligentsia que legitimó al nuevo príncipe (él fue quien reclutó a Horacio y a Virgilio).

La película de Young nos mostrará a los tres amigos aprendiendo de César (Gérard Klein) las reglas elementales del liderazgo popular. Cuando Octavio y Agripa llegan a Hispania, encuentran al general cavando una trinchera junto a sus hombres. Agripa quedó enamorado de César y lo imitó el resto de sus días. Muerto César, Mecenas se encarga de preparar la defensa de un romano pobre despojado por un terrateniente –quien había pedido la protección de Octaviano. Al terrateniente lo defiende Cicerón (perfectamente interpretado por un insoportable Gottfried John). En el juicio los cesarianos argumentan en contra de la injusta ambición de los ricos. Al término de los alegatos (en el Foro, frente a la muchedumbre), el pretor decide a favor del despojado y le restituye sus parcelas. ¿Populismo? No. Simple justicia. Esta anécdota ficticia permite al director Young explicar la popularidad de Augusto en su vejez.

Pero la escena más importante es cuando, en 40 aC., Octavio y Marco Antonio están a punto de ir a la guerra en Brundisium (Bríndisi). Sus ejércitos se rehúsan. Los soldados-ciudadanos están cansados de las guerras civiles y obligaron a sus generales a negociar una tregua. Sólo diez años más tarde, cuando esos mismos soldados-ciudadanos se enteraron de que Antonio había incluido en su testamento la entrega de territorio romano a Egipto, las legiones siguieron a Octavio hasta que Antonio y Cleopatra fueron destruidos. Nada de esto nos explica la Cleopatra de  Mankiewicz (1963)… allí todo se explica por el “amor romántico”.

La paz que construyeron Octavio, Agripa y Mecenas no fue perfecta. Los elementos más radicales del cesarismo fueron eliminados. El nuevo príncipe (primer hombre de Roma) aparentó reconstruir los modos de la vieja nobleza, aunque reclutó familias emergentes de todas partes.Los cesarianos, para financiarse, desposaron poderosas mujeres de la vieja oligarquía. Una de ellas era Livia Drusila, interpretada en su vejez por una imponente Charlotte Rampling en la película de Young. Como consorte de Augusto Livia funcionó de facto como una primera mujer de Roma desde el interior de su casa en el monte Palatino (de allí viene la palabra castellana Palacio).

Livia aseguró la sucesión a favor de su propio hijo, Tiberio. Las malas lenguas –que recuperó Robert Graves en el siglo XX– dicen que Livia envenenó a todos los descendientes directos de Augusto para asegurar el encumbramiento de su hijo.

En la película de Young, Augusto/O’Toole sospecha de Livia/Rampling, a quien admira y teme como mujer política. Pero también la ama como su compañera más permanente. Iguales en habilidad y poder, Augusto el popular cesariano y Livia la oligarca moderada aseguraron tres siglos de paz a una Roma que se extendía por toda Europa y llamaba al Mediterráneo el mare nostrum. Young logra un buen retrato de esa magnífica (é igualitaria) pareja.

Sabemos que al morir, Augusto preguntó a quienes rodeaban su lecho: “—¿Interpreté bien mi papel en esta comedia que es la vida? Aplauso…” ¿Quién mejor que O’Toole para esta última escena? ¿Y quién mejor que la Livia de Rampling para colocar, sobre la cara del príncipe viejo, una máscara de teatro sonriente?

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

https://historicodigital.com/download/Ciceron%20-%20Filipicas.pdf

Liga 2:

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